Reunión I: EL ORACULO Y LA MISION DE SOCRATES
12 de septiembre de 2003

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Este es el cuarto Seminario Kierkegaard que realizamos aquí, en la Iglesia Dinamarquesa en Bs As. En el 2001 trabajamos Temor y Temblor, y en el 2002 Las obras del amor Tomo I. A partir de este año, con la fundación de la Bilbioteca Kierkegaard, decidimos que quien organizara y convocara a los seminarios sea la Bilblioteca. En el primer cuatrimestre de este año se realizó el 3º seminario sobre El concepto de la Angustia, y ahora, en el último cuatrimestre del año, este 4º seminario Sobre el concepto de ironía en constante referencia a Sócrates.

Los seminarios hasta ahora los encaramos y organizamos siempre sobre la base de un libro de Kierkegaard. Para este seminario yo venía desde hace tiempo con la idea de trabajar el libro cuyo título fue traducido como Tratado de la Desesperación y también como La enfermedad mortal. Pero varios motivos me hicieron cambiar de decisión. Cuando comencé a diseñar con más precisión el seminario, empecé a pensar el punto de vista desde el cual yo podía encarar la realidad del pecado, uno de los temas centrales del Tratado de la desesperación. Como es sabido, por ejemplo en la Introducción de El Concepto de la Angustia, Kierkegaard repetidamente nos señala la necesidad de abordar la realidad del pecado con y desde el temple adecuado, ya que es muy fácil en este tema deslizarse rápidamente hacia un tratamiento de pura representación: se puede hablar horas y horas del pecado sin acercarse un milímetro a su realidad, sin el menor rastro de temor y temblor. Ya al comenzar a preparar el seminario sobre Las Obras del Amor, me había preguntado insistentemente desde qué punto de vista iba a encarar ese seminario. Yo había encarado el seminario sobre Temor y Temblor desde el mismo punto de vista del libro, o al menos del que yo creo que es el punto de vista que Kierkegaard adoptó allí y dejó asentado bajo el seudónimo Johannes de Silentio: el punto de vista de la posición filosófica y existencial que él denomina «resignación infinita». Las Obras del Amor, en cambio, aparentemente tienen un punto de vista cristiano; digo aparentemente porque tampoco está muy claro; pero su punto de vista al menos no es el de la resignación infinita. Desistí entonces de encarar el Tratado…a fin de poder elaborar y seguir madurando mi punto de vista, el talante, la disposición que calce justo con su forma y contenido.

A partir de ahí se me presentaban dos posibilidades: abocarme a Sobre el concepto de Ironía o trabajar La repetición, otro libro decisivo para acercarse al asunto kierkergardiano del instante, articulador de la temporalidad y la eternidad, y uno o dos asuntos más de gran envergardura y actualidad; y todo esto en relación con la repetición en el psicoanálisis, tanto freudiano como lacaninano. Pero finalmente lo dejé para el próximo seminario y me decidí por el de Sobre el concepto de ironía por una razón decisiva: este libro no es uno de los clásicos de Kierkegaard, más aún, casi no es considerado como siendo parte de su obra como escritor, no porque sea su primer libro, sino porque lo escribió con el motivo de lograr su título de Magister, como tesis final. Usualmente se considera que su obra como escritor arranca con Enter-Eller, traducido como La Alternativa o O una cosa o la otra. Sin embargo decidí tomar este libro porque en él Kierkegaard muy tempranamente elabora ciertas decisiones fundamentales, que continúa trabajando durante el resto de su vida, referidas a las relaciones entre escritor, lector y la obra. Este asunto, que generalmente se toma como un mero problema estilístico, tanto en relación con su escritura como, por ejemplo, con el uso seudónimos, desborda ampliamente lo que hoy estrechamente se entiende por ámbito discursivo, y a mi entender refiera a la esencia misma de la praxis existencial. Este asunto, que podríamos llamar “su tarea de escritor”, en el sentido de “misión de vida”, fue motivo de constante reflexión y cuidado por parte de Kierkegaard, y es repetidamente tratado tanto en el Diario como en sus libros, de manera manifiesta como en Mi punto de Vista como escritor por ejemplo, o de manera más o menos implícita en prácticamente todos sus escritos. Ahora bien, este asunto es, a mi entender, el tema principal de Sobre el concepto de Ironía, con el agregado de que lo analiza y desarrolla en constante relación con Sócrates, tanto con su posición filosófica como con su vida, aspectos inseparables en él, cosa entonces que vuelve al libro mucho más delicioso y abundante que si sólo fuera un frío tratado de ideas. Por tal motivo, junto con el libro de Kierkegaard trabajaremos intensamente la Apología de Sócrates de Platón, texto de una belleza y actualidad sorprendentes, y que por sí mismo ya merecería dedicarle más que un seminario.

Vamos a trabajar, entonces, centralmente sobre estos dos libros; y les vamos a agregar además Mi punto de vista y Ejercitación del Cristianismo, libro este último donde Kierkegaard establece la ligazón entre la posición existencial y el cristianismo, con el verdadero cristianismo, en oposición a lo que él llama la “cristiandad”. Sobre el concepto de ironia esta escrito entre 1838/41, y tanto Mi punto de vista como Ejercitación están escritos en 1848; en realidad son muy cercanos en el tiempo, sólo siete años, pero en ese intermedio Kierkegaard desarrolló un enorme trabajo de escritor y escribió muchos de sus libros más reconocidos, es decir, que aun cuando entre ambas fechas no haya un tiempo cronológico apreciable, sí hay sin embargo una inmensa elaboración y desarrollo de su pensamiento. Además de éstos libros vamos a referirnos en abundancia, no de una manera sistemática pero sí de manera constante, a Temor y Temblor, especialmente porque allí Kierkegaard trabaja la posición existencial que él denomina “resignación infinita”, y que a mi entender es equivalente o mantiene un estrecho contacto con la posición de la ironía socrática. Del lado de los clásicos vamos a tratar algo de Jenofonte y algo de Las Nubes de Aristófanes, pero no con gran detenimiento y profundidad.

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Sobre el concepto de ironía en constante referencia a Sócrates está dividido en dos partes; la primera es en constante referencia a Sócrates, a esta primera parte, que también es la más extensa, la vamos a trabajar intensamente junto con la Apología…; en la segunda parte, que es más corta, Kierkegaard trabaja lo ironía en Hegel y post-hegelianos, a esta parte no la vamos a trabajar en profundidad, pues trabajar la ironía en Hegel nos llevaría más que otro seminario, pero al menos vamos a plantear los principales problemas es interrogantes que nos plantean.

El programa contiene 4 puntos. El primer punto se refiere a La ironía como discurso; cuando hablo de discurso al mismo tiempo esty hablando de experiencia: no hay discurso sin experiencia ni experiencia sin discurso, en definitiva, siempre estamos inmersos en una praxis. Me interesa aquí que fundemos a la ironía como discurso indirecto en oposición y lucha con el discurso directo. Esta oposición no puede apreciarse desde lo que usualmente se designa como “el contenido” o el enunciado, sino en “la forma” del discurso; cuando se alude a la “forma” usualmente se pasa por alto y hasta se desconoce la dimensión real y concreta de la enunciación. En este punto voy a incluir el aporte del psicoanálisis lacaniano en lo referente al estatuto ontológico de la enunciación y del significante.

El segundo punto, La Ironía como postura de vida, nos meteremos de lleno en la vida de Sócrates, especialmente su relación con el genio y con el dios, y la consumación de su misión en el juicio y condena a muerte que recayó sobre él.

En La ironía como posición lógico-política, tercer punto, se plantea que la ironía no es una posición filosófica marginal, no es una simple figura filosófica sino que es una auténtica posición filosófica. No es muy común encontrar el postulado de que la ironía es una verdadera posición filosófica, especialmente en nuestro tiempo donde una posición filosófica vale por los kilogramos de soluciones positivas que ofrece, cuando la ironía, en realidad, no pesa nada ni ofrece ninguna solución positiva; no he encontrado fuera de Kierkegaard semejante valoración de esta “negatividad vital”, habrá que ver si Hegel eleva la ironía a posición filosófica o la deja reducida a mera figura filosófica. Este punto termina con la pregunta sobre el sujeto irónico, sobre quién sostiene la posición irónica o, también, quien se sostiene de ella, en relación con la vida, tanto de Sócrates como de la nuestra.

Por último, el punto cuatro: Mas allá de la ironía. La posición irónica es una posición extremadamente inasible, escurridiza, instantánea, casi evanescente, sin embargo es necesario preguntarse si es posible sostenerse allí de una manera no tan evansecente o, dicho de otro modo, no tan negativa. Es un tema a debatir. Allí veo la relación que tiene la ironía con la resignación infinita, y donde la frase de Kierkegaard acerca de que «La ironía no es la verdad, pero es el camino» de alguna manera marca un principio. A la vez, creo que induce a preguntarse por la relación que mantiene con la praxis cristiana, en tanto puede evocarse como alusión la expresión de Jesus «Yo soy la verdad, el camino y la vida». En relación con esto, la ironía no es la verdad, en tanto verdad que se manifiesta y se hace real en el mundo, pero sí puede ser el camino, lo cual la vuelve un tránsito por demás importante. De mi lado, yo no sé si la ironía es «el» camino, lo que sí me parece es que es un camino insoslayable, por más que se afirme o se transite por otro camino, a la ironía no se la puede soslayar ni dejar de lado.

Dentro de este marco general quiero aclarar que tengo, además, un interés personal muy especial en meterme con este tema en este momento de mi vida. Quiero dejar en claro que yo no me considero cristiano, lo que no quiere decir que sea anti-cristiano, ni siquiera ateo; simplemente es que no puede llamarme cristiano ni considerarme un hombre de fe. Y básicamente porque siento que todo eso me queda algo grande. Sin embargo no me siento ajeno de todo lo que habla el cristianismo; muchas de sus cosas me resultan pertinentes, siento que muchas de estas cosas me pasan a mí, pero que o me pasan de otra manera o las hablo con otras palabras. En este sentido, me aparecen preguntas que acucian, por ejemplo: ¿cómo puede ser que la manera de entender y vivir lo que es la verdad en el cristianismo sea tan parecida a la del psicoanálisis? Me parece que el cristianismo plantea y tiene una relación nuclear con la verdad, pero no con una verdad entendida como adecuación entre las proposiciones y los hechos reales descriptos por aquellas proposiciones, sino con una verdad real y viva. Además, esta verdad tiene epicentro en la palabra, tiene su centro de gravedad en la palabra, hasta diría que la verdad es palabra. Cuando Jesus dice «Yo soy la verdad», en primer lugar lo dice, es la misma verdad la que habla, lo cual para nosotros, imbuídos en el racionalismo burdamente materialista de nuestra época, es algo absolutamente estrambótico que la verdad hable; desde nuestra posición moderna y cientificista lo que podemos hacer es hablar de la verdad, sobre la verdad, y hasta con la verdad, pero lo que no podemos admitir es que la verdad hable; sin embargo para el cristiano la verdad está vive y habla, y para colmo de males nos habla, lo cual vuelve a todo este asunto más complicado todavía, pues no sólo nos habla, sino que la esencia misma de su ser es que nos hable; ésto, insisto, para nuestra posición común y corriente en la vida, es casi imposible, y si lo llevamos al extremo, es casi lunático.

El viernes pasado hicimos un evento aquí, en la Biblioteca Kierkegaard, donde planteamos estos temas, un debate que se convocó bajo el título Dios y el Otro, la verdad en Kierkegaard y Lacan. Allí yo planteaba que la relación con Dios, es decir, con la verdad y el amor, tiene una importancia decisiva para la vida de cualquier persona, se considere religiosa o no. Nadie es ajeno a Dios, así como Dios no es ajeno a nadie. Pero así como en la vida cotidiana estamos imbuídos de un racionalismo burdamente materialista, en la esfera de lo que se llama religiosidad estamos absolutamente impregnados por lo que Kierkegaard ha llamado «cristiandad», una práctica que ha traicionado, degradado y destruído lo que es la verdadera praxis cristiana, engendro que casi todos los que fueron adoctrinados en ella desde su más tierna infancia han tomado por verdadero cristianismo. Sin embargo casi todos también tienen la fuerte y clara impresión de que esa manera de cristianismo se queda en lo meramente externo del rito, si es que ya no es puro rito externo, donde no hay un pensamiento vivo, o si lo hay, es un pensamiento horrible, por esencia no salvador sino corruptor. Por supuesto que siempre hay excepciones, pero resulta casi imposible acercarse a la cristiandad y mantener viva y urgente la necesidad de contacto y relación con la verdad, es decir, con Dios. La praxis cristiana se ha transformado en acatamiento y repetición de un dogma infantilizado, y cualquiera que no se relacione así con ese dogma queda por fuera o es expulsado. De ahí que la cristiandad no sea el ámbito apropiado para hacerse preguntas acerca de la relación con la divinidad, allí no hay espacio ni lugar para eso, pareciera que allí las preguntas no son bienvenidas, hablo de las preguntas vivas y al rojo vivo, ya que la cristiandad se concibe a sí misma como el lugar de las respuestas, y ya tienen preparadas todas las respuestas habidas y por haber. Pero hay infinidad de preguntas que uno se hace en relación con estas cosas, por ejemplo, una pregunta tonta que hasta un chico de 8 años se hace: ¿si hace 2000 años Cristo vino a salvarnos, los hombres que nacieron, vivieron y murieron antes de Cristo entonces no tienen salvación? ¿O hay otra forma de ser que no sea la de ser en el tiempo cronológico y por eso Jesucristo, a pesar de vivir como un hombre en un tiempo, sin embargo salvó a los hombres de todos los tiempos? ¿Había o era posible una relación con la verdad, es decir, con Dios, antes de la llegada de Jesucristo, o todo intento y todos los intentos que tuvieron lugar terminaron en fracaso?

A mi entender, hoy se sigue planteando algo parecido. No estoy preguntando si la relación con la verdad sólo es posible a traves y por medio de las formas e instituciones que se arrogan el carácter de administradores de la relación con Dios, ya sea el Papa, la Iglesia, o cualquier otro. No, creo que en relación con esto está claro que es posible una relación con Dios por fuera de esas instancias. Lo que me pregunto es algo mucho más complicado y decisivo. ¿es posible una relación con la verdad al margen de Jesucristo, es decir, sin la presencia manifiesta, explícita, de la imagen y del nombre de Jesucristo?, ¿es posible una relación con la divinidad, con Dios, sin ser cristiano?

Pero acá es donde el sentido se vuelve inviertir y ahora soy yo el que me debo preguntar a mí mismo: ¿por qué afirmo no ser cristiano si aspiro a una relación con la verdad tal como la proclamó Jesucristo y la entienden los verdaderos cristianos? Desde el cristianismo que podríamos llamar “manifiesto” se podría decir que no, que eso no es relación con Cristo; pero aquí también nace un cuestionamiento al cristianismo “manifiesto” y se le puede preguntar ¿por qué no? Primero pregunto a aquellos que se dicen cristianos ¿cómo han hecho para sacarse de encima tantos siglos y siglos de «cristiandad»?, pero después también pregunto a los verdaderos cristianos ¿por qué no es posible una relación con la verdad sin la presencia manifiesta y patente de Cristo?, teniendo en cuenta que la relación con la verdad es nuclear en cualquier vida, ya sea para honrarla o desconocerla, pero que si hay algo claro es que no puede dejar de tenerla. Puesto que quien no vive con la verdad definitivamente no puede vivir, y en esto el psicoanálisis es tan categórico como el cristianismo: si la cura es posible sólo lo es por efecto secundario y asociado a un progresivo reconocimiento de la verdad, donde la verdad se hace conciente y se asume como propia, y se termina reconociendo que se enfermó porque la mentira ocupó el lugar de la verdad.

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Con este panorama de fondo, entonces, podemos y debemos preguntarnos lo siguiente: ¿es posible entablar una relación con la divinidad, con Dios, y vivir al servicio de Dios y de la verdad, pero absolutamente por fuera del cristianismo? Y para pensar esta pregunta no hay figura más clara que la de Sócrates. Primero porque vivió 500 años antes de Cristo, y segundo porque puso toda su vida en función de la verdad y al servicio del dios. Trabajando entonces a la figura de Sócrates, que es una figura histórica además de ser un pensamiento aún vivo, indirectamente estamos trabajando este problema. Sócrates fue un hombre que hizo del servicio a la verdad el eje de su vida, que lo hizo de manera deliberada y conciente, que siempre supo y dijo que ésa no fue una decisión personal ni una decisión arbitraria de su parte, sino una tarea que le encomendó el dios, y tal tarea terminó costándole la vida, pues terminó siendo condenado a muerte y ejecutado por ella.

Lo que nos dice Kierkegaard en Sobre el concepto de la Ironia… es que la ironía no es la verdad sino el camino que nos puede conducir a la verdad. Y esto teniendo en cuenta que cuando uno se plantea la relación con la divinidad, con la verdad, siempre aparece la pregunta ¿de qué manera, cuál es la forma, cuál el camino? ¿Ir a misa, la meditación, la oración, el ayuno, la caridad? Aquí, en la ironía, en el tránsito o posición irónica hay un camino, un camino que, por supuesto, está abierto al pensamiento, a la interrogación y al debate.

Les propongo, para comenzar, que leamos un poco de la Apología, para ver cómo se presenta Sócrates a sí mismo por intermedio de las palabras de Platón. Recuerden que la Apología consiste en un largo discurso de Sócrates en el que intenta su defensa en el juicio históricamente real que se levantó en su contra en Atenas en el año 399 a.C, en el que fue declarado culpable de «corrupción de la juventud, no reconocer a los dioses de la ciudad y, en cambio, sustituírlos por extrañas creencias», por lo que fue sentenciado a muerte y posteriormente ejecutado. Comienzo a leer por el principio:

«No sé, atenienses, qué impresión han dejado en vosotros las palabras de mis acusadores, mas de mí sí puedo decir que, al oírlas, me ha faltado poco para olvidarme de mi propia persona: tal era el poder de persuasión de las mismas. Sin embargo, tocante a verdad, nada han dicho, en resumidas cuentas. Y entre las muchas mentiras que han salido de sus labios hay una que me ha causado especial maravilla: me refiero a aquella parte de su discurso en que afirmaban que debéis estar prevenidos para no ser embaucados por mí ya que, según ellos, soy un hábil orador. [Es sabido que los acusadores lo consideraban un sofista, de ahí la aclaración de Sócrates sobre si es o no un hábil orador] En efecto, el hecho de que no sientan vergüenza ante la proximidad de ser puestos por mí en evidencia, y no con con palabras, sino con hechos, una vez que quede patente mi completa inhabilidad oratoria me parece lo más descarado de su conducta, a no ser que llamen hábil orador al que dice la verdad. Si es ése el sentido de sus palabras, tendré que reconocer que soy orador, mas no al modo de ellos. Poco o nada ha sido, repito, lo que han dicho sin mentir, y, en cambio, de mis labios vais a escuchar toda la verdad. Y no será, por Zeus, un elegante discurso el que escuchéis, un discurso como el de éstos, adornado con bellas frases y palabras; lejos de eso, emplearé las primeras expresiones que acudan a mi mente. Tengo la firme convicción de que lo que voy a decir no se aparta un punto de lo justo, y no espere nadie de mí un lenguaje distinto del citado; por otra parte, tampoco cuadraría a un hombre de mi edad el comparecer ante vosotros puliendo discursos como un adolescente. Y por lo demás, atenienses, he aquí lo que muy encarecidamente os pido: si veis que, al hacer mi defensa, me expreso en términos iguales a los que suelo emplear en la plaza junto a las mesas de los cambistas, donde muchos de vosottos me habéis escuchado, y en otros lugares, no os extrañeís ni hagaís manifestaciones desaprobatorias a causa de esto. Tened en cuenta que es ahora cuando por primera vez comparezco ante un tribunal, pese a mis setenta años, y que, por tanto, soy completamente extraño sal modo de hablar de aquí. Pues bien: de igual modo que, si yo fuese de otra ciudad, me perdonaríais sin duda que hablase en mi nativo dialecto y emplease sus giros propios, así, en la ocasión presente, os hago este ruego, que, a mi modo de ver, no es contrario a derecho: haced caso omiso de mi modo de hablar, sea peor, sea mejor, y examinad esto —y sólo a ello dedicad vuestra atención—: si mis palabras se avienen con la justicio o no se avienen, ya que es ésa la virtud del juez, como la del orador es decir la verdad.

»Pues bien: en primer término es justo, atenienses, que me defienda contra las primeras acusaciones calumniosas lanzadas contra mí y contra mis primeros acusadores; en segundo término, contra las posteriores acusaciones y los posteriores acusadores. Y es que han sido muchos los que han ejercido ese oficio ante vosotros contra mí, y son muchos ya los años que han transcurrido desde que vienen propalando sus mentiras; les temo más que a Anito y a los suyos, aun siendo temibles también éstos. Pero más temibles son aquellos atenienses; me refiero a los hombres que han ejercido cierto magisterio sobre vosotros desde que erais niños y que con sus mendaces acusaciones han tratado de ganaros en contra mía: hablaban de cierta especie de sabio, llamado Sócrates, investigador de los fenómenos celestes y de todo cuanto hay en las profundidades de la Tierra, y transformador de argumentos débiles en fuertes. Los que han propalado esa noticia, ésos son, atenienses, mis acusadores temibles, pues quienes los oyen consideran que los que se dedican a tales investigaciones tampoco creen en los dioses. Además, son muchos los tales y mucho tiempo hace ya que vienen acusándome, y, por si fuera poco, os han hablado durante los años de mayor credulidad —algunos de vosottros erais niños o muchachos—, y eran verdaderamente acusaciones sin comparecencia de acusado, sin defensa. Pero lo más chocante de todo es que ni siquiera es posiblre saber ni decir sus nombres, excepto del de alguno que es comediógrafo [se refiere a Aristófanes], y tanto los que, movidos por la envidia y por el deseo de calumniar, trataban de convenceros como los que, convencidos ya ellos, trataban de despertar la convicción en los demás, todos ésos son dificilícimos de combatir, pues no es posible hacer comparecer ni poner en evidencia a ninguno de ellos, sino que, al defenderse, hay en verdad que luchar como con una sombra y hacer refutaciones sin que nadie se dé por aludido. Reconoced, pues, también vosotros que, como os digo, los acusadores que pesan sobre mí forman dos grupos, el de los recientes y el de aquellos antiguos de que os hablo, y considerad que debo defenderme en primer término contra éstos, pues también vosotros comenzasteis a escuchar sus acusaciones antes que las de los posteriores y mucho más las habéis oído. Ea, pues, defenderme debo, atenienses, y tratar de arrancar de vuestras mentes en tan breve tiempo la calumnia que forjasteis al cabo de mucho. Y en verdad que tanto en interés vuestro como en el mío, quisiera conseguir este propósito y que no resultase baldía mi defensa. Mas creo que ello es difícil; no se me ocultan en absoluto los obstáculos que hay que vencer. No obstante, que la cosa resulye como le plazca a la divinidad, que hay que obedecer a la ley y hacer la defensa.

»Pues bien: remontémonos al principio de donde nació la acusación que dio lugar a la calumnia que sobre mi gravita y a la cual ha dado crédito finalmente Meleto, el hombre que ha presentado contra mí esta denuncia de carácter público.»

A continuación Sócrates aclara que él nunca se dedico a la investigación “de lo subterráneo y lo celeste”, como se llamaba a la física o cosmología, sino que se ocupó de los problemas humanos. Como saben, en el siglo V a.C. hay un cambio en la filosofía griega, especialmente con la aparición de los sofistas debido, según acuerdan la mayoría de los historiadores, al desarrollo, generalización y afianzamiento de la democracia ateniense que llega a su cúspide en este siglo V a.C. La filosof ía entonces deja de lado las cuestiones cosmológicas y se aboca a las cuestiones éticas y políticas. Paso entonces a la segunda acusación que le hacen, la que especialmente nos interesa, la acusación de sabio que abjura de los dioses de la ciudad:

«Ese calificativo que me ha quedado aplicado [el calificativo de “sabio”] no tiene otro fundamento, atenienses, que una sabiduría de cierta clase. ¿De qué clase? Sin duda una sabiduría de carácter humano. Es realmente posible que sea sabio en ese sentido, mientras que aquellos a quienes he citado hace poco serán quizá sabios con una sabiduería sobrehumana, o no sé qué nombre darle, pues yo al menos no estoy en posesión de ella, y el que afirma que la tengo miente y lo dice con intención de difamarme. Y ahora, atenienses, no prorrumpais en manifestaciones desaprobatorias si lo que os voy a decir os parece jactancioso; lo que diga no serán palabras mías, sino que me remitiré a las de alguien que os merece crédito, pues invoco para vosotros el testimonio del propio dios de Delfos en lo relativo a la existencia de mi sabiduría y a la índole de la misma. Sabéis sin duda quien era Querefonte. Fue amigo mío desde la juventud y simpatizante con vuestro partido democrático; con vosotros partió para el desierto y con vosotros regresó. Sabéis sin duda cuál era su carácter, cuán vehemente era en todo lo que emprendía. En cierta ocasión he aquí hasta dónde llegó: fue a Delfos y se atrevió a hacer esta consulta —repito que no hagáis manifestaciones de desaprobación—: preguntó si había algún hombre más sabio que yo. Pues bien: la Pitonisa respondió que no había nadie. Con relación a eso podrá ser testigo ante vosotros su hermano aquí presente, puesto que él ha muerto.»

El oráculo de Delfos, recuerden, era en ese tiempo el templo de Apolo. El oráculo, si mal no recuerdo, existía desde el año 1000 a.C y aun de antes; había sido asiento de antiguas diosas madres-tierra, y creo que alrededor del año 800 a.C, fue progresivamente dedicado a la ofrenda de Apolo. También se adoraban otros dioses, como Dionisio. El oráculo siguió siendo asiento de los dioses hasta el siglo II d.C. La Pitonisa, sacerdotisa del oráculo de Delfos, recibía determinados vapores que salían de un antro, los griegos creían que esos vapores eran manifestaciones del dios Apolo. La pitonisa se sentaba en el sagrado trípode de hierro o bronce colocado sobre la boca del antro. Se cree que los vapores producían en ella una especie de ataque de locura, trance o algo así, durante el cual lanzaba palabras inconexas que, a su vez, eran recogidas por los sacerdotes que la rodeaban, y terminaban siendo traducidos a una forma poética o enigmática. Con eso, a su vez, se formulaban los oráculos, los cuales eran sellados y autentificados al estilo de los actuales documentos importantes. Estos documentos-oráculos eran objeto de la mayor veneración.

Sigo con la lectura:

«Vais a poder considerar ahora las razones por las cuales hago referencia a esto; me dispongo a informaros sobre el origen de la calumnia de que soy víctima. Pues bien: al oír aquello, pensé de esta manera: «¿Qué quiere decir el dios? ¿Qué significa su enigma? Yo no tengo conciencia en modo alguno de ser sabio. ¿Qué quiere decir, pues, al sostener que yo soy el más sabio de los hombres? Pues el no miente, por supuesto; no le es lícito.» Y pasé mucho tiempo sin conocer el sentido de las palabras del dios. Finalmente, me dediqué a descifrarlo del siguiente modo, muy a pesar mío. Fui a ver uno de los que pasan por sabios, movido por el pensamiento de que así es como mejor dejaría malparada la respuesta del oráculo y que podría manifestarle: «éste es más sabio que yo, y tú decías que yo lo era más que todos.» No hace falta que diga su nombre: sólo diré que era un político y que, al examinarlo, me pasó lo que voy a referiros: llevé a cabo el examen a que lo sometí por medio de la conversación y tuve la impresión de que ese hombre parecía sabio a muchos y sobre todo a sí mismo, pero no lo era, y seguidamente procurí mismo, pero no lo era, y seguidamente procuré demostrarle que creía ser sabio, pero no lo era. A consecuencia de esto me gané su enemistad, y la de muchos de los que estuvieron presentes, y partí pensando para mis adentros: «Yo soy más sabio que este hombre; es posible que ninguno de los dos sepamos cosa que valga la pena, pero él cree que sabe algo, pese a no saberlo, mientras que yo, así como no sé nada, tampoco creo saberlo.» Me encaminé a ver a otro, uno de los que pasan por más sabios que aquél, y deduje la misma conclusión, y me malquisté con él y con otros muchos.

»A partir de entonces seguí entrevistándome sin interrupción con hombres como aquellos, a pesar de que advertía con pena y con temor que me iba ganando enemistades; el dedicar la máxima atención a las palabras del dios me parecía una tarea inaplazable. Y, ¡voto al perro!, yo os puedo jurar, ya que es necesario deciros la verdad, atenienses, que me ocurrió lo que os voy a decir: en mi investigación relativa a las palabras del dios encontré que los que gozaban de mayor renombre no andaban lejos de ser los más faltos de sabiduría, mientras que otros que pasaban por inferiores a aquéllos me parecieron intelectualmente mejores».

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Así se nos presenta Sócrates, como un sabio muy particular. ¿Qué les parece a ustedes lo que leímos hasta acá?

PABLO ROSI: Cuando escucho la palabra ironía me suena a palabra escrita, a algo referido al texto, pero ahora cuando leíamos esto, me parece que algo enganché de lo que es la posición irónica, especialmente en eso de tratar de ir a buscar el error del oráculo, ese mismo acto transforma o hace verdad la palabra del oráculo.

ANA FIORAVANTI: Por otra parte, dice que el oráculo no puede equivocarse, que no puede mentir.

Hay allí un primer dato de suma importancia: el oráculo es la verdad, o por lo menos dice la verdad; habrá que ver después si es la verdad o no, pero por lo menos dice la verdad: «al oráculo, por supuesto —aclara Sócrates—, no le es lícito mentir». En principio se acerca mucho a lo que nosotros hoy entendemos por divinidad, o Dios, en tanto Dios no puede mentir ni miente. Además, como pueden ver, desde el comienzo hasta aquí, en estas pocas páginas, de manera omnipresente sobrevuela el tema de la verdad: quién miente, quién dice la verdad... Y aclara que toda su vida actual, hasta ese momento trágico que está viviendo, o sea, su juicio con pedido de condena a muerte, arranca con las palabras del oráculo, del dios.

Pero, cosa curiosa, no fue él el que fue a consultar al oráculo acerca del tema sobre el que se pronunció, más aun, jamás se le hubiera ocurrido ir a consultar semejante cosa: «¿quién es el hombre más sabio?». Por como sigue el relato, de una cosa estaba absolutamente seguro: de que él no era el hombre más sabio. El no fue a consultar al dios, y el dios no le habló a él, le habló a un amigo, o aparentemente le habló al amigo, y es el amigo quien le cuenta lo que el dios dijo de él. Como vemos la palabra del dios viene con muchas vueltas, no es una palabra directa hacia él, o que él haya preguntado y el dios le haya contestado. Tampoco es el caso de que Sócrates nunca hubiera ido a consultar, o no creyera en estas cosas; recordemos que él, en su intimidad, escuchaba otra voz, la del daimon; pero las citadas palabras del oráculo no las escuchó él directamente sino a través de un amigo. ¿Y qué piensa de lo que le dice el amigo? Dice así: «al oír aquello, pensé de esta manera: “¿Qué quiere decir el dios? ¿Qué significa su enigma? Yo no tengo conciencia en modo alguno de ser sabio”.» Pónganse en la siguiente situación: viene un amigo y les dice: «yo le pregunté a Dios y me dijo que vos sos el hombre más sabio», ¿qué pensarían ustedes? En primer lugar, es tremendo el peso que le tiran el dios y el amigo, el peso de ser el más sabio entre todos los hombres. Primero, porque él tiene plena y total conciencia de no ser el más sabio, en el sentido habitual de serlo, es decir, de tener o atesorar más conocimientos sobre ciertas cosas; y debía de ser así pues debía haber muchos otros que sabían más que él sobre innumerables ítems: guerra, política, agronomía, astronomía, matemática, etc. Como vemos, Sócrates tenía clara conciencia de ello, en ningún momento toma esas palabras como un halago pues, como siempre, la palabra del dios en primer lugar más que una bendición parece una maldición, una desgracia. Lo que le dice el amigo, entonces, es una responsabilidad enorme, pues casi es una locura aceptar y asumir que se es el más sabio entre todos los hombres, ¡y encima sólo porque el dios se lo dijo a un amigo! ¡Es una locura, o casi una locura! Casi tanto como aceptar, asumir y salir a proclamar que se es el Hijo del Dios. Lo más sensato por parte de Sócrates es que haya dicho lo que dijo: «No, en modo alguno tengo conciencia de serlo.» De más está decir que en estas palabras nunca pudo haber modestia, y menos que menos, digámoslo para las orejas hipócritas, falsa modestia.

Pero el dios, además, habla en enigmas, por lo que diciendo esas palabras pudo haber dicho cualquier otra cosa. ¿Cómo saber lo que en realidad dijo? La palabra del dios, como toda palabra divina, nunca es clara, en el sentido de lo que hoy habitualmente se entiende por clara, es decir, directa, explícita y unívoca; habla de forma tal que obliga a una interpretación, a un compromiso de parte de quien la escucha, para decidir qué escucha, incluso hasta para decidir si habló o no, cosa que tampoco es clara y unívoca. Por eso, asumiendo que el dios habló, Sócrates sin embargo se pregunta: «¿Qué quiere decir, pues, al sostener que yo soy el más sabio de los hombres?» Es decir, que en absoluto está claro qué es lo que dijo. La forma simple de contar esta historia, la más usual y escuchada, sería más o menos así: “el oráculo le dijo que era el hombre más sabio”, y listo, como si ya estuviera todo claro. Pero no está nada claro: ¿qué quiere decir que es «el más sabio»? ¿El que sabe más? ¿El que sabe más de qué? ¿De todo? ¿Es el ganador de “Odol pregunta”? En absoluto está claro a qué se alude aquí con la palabra “saber”.

Y Sócrates agrega: «Pues él no miente, por supuesto; no le es lícito.» Esto es lo que vos Ana marcabas hace un rato. O sea: según lo que habitualmente se entiende por saber y por ser sabio, Sócrates tiene absolutamente claro que él no es el más sabio, no tiene duda al respecto; sin embargo el oráculo lo contradice, le dice que él es el más sabio entre los hombres, y aquí viene lo más terrible para él, el hecho de que el oráculo no miente, porque, por supuesto, no puede mentir.

ANA FIORAVANTI: Lo paradójico y lo trágico es que él trata de ahí en más de refutar al oráculo…

Su primera reacción es decir: “No, no es cierto, yo sé muy bien que no soy el más sabio entre los hombres”. Acá se plantea el inicio de un combate entre Sócrates y el dios, dado que cada uno dicen cosas opuestas sobre lo mismo. Pero acto seguido Sócrates reconoce que a esta guerra la tiene perdida desde el vamos, puesto que, por supuesto (y vale la pena escuchar bien esa expresión): por supuesto el dios no miente, no les es lícito mentir. Planteadas así las cosas la palabra del dios tiene un peso enorme para el hombre, diríamos: es omnipotente. De ahí en más de nada vale ya negar la palabra divina, como tampoco ponerla en duda, y el único camino que queda es escuchar y tratar de entenderla: «¿Qué quiere decir, pues, al sostener que yo soy el más sabio de los hombres?», se pregunta una y otra vez Sócrates, y a esta altura ya no lucha más, obediente se ha entregado a seguir las palabras del dios.

Y entonces continúa así: «Y pasé mucho tiempo sin conocer el sentido de las palabras del dios». ¿Cuánto tiempo pasó así? Ahora, en el momento del juicio, tiene setenta años; cuando Aristófanes escribió Las Nubes (423 a.C) Sócrates ya era muy famoso y tenía 46 años; la verdad es que no sé cuánto tiempo pasó sin conocer el sentido de las palabras del dios, pero él refiere que fue «mucho tiempo». Hay que pensar que desde que el dios le habla por intermedio del amigo, en la cabeza de Sócrates se desata un torbellino, tratando de entender qué le dice, su vida entera entra en crisis, ya nada puede volver a ser igual que antes: a la palabra del dios no la puede olvidar, tiene que hacerse cargo de lo que le dijo, pero tampoco puede hacerse cargo plenamente porque en realidad o no cree que sea verdad lo que le dice, o no sabe lo que le dice ni qué le pide. Entonces pasó mucho tiempo royendo este hueso, buscándole la vuelta para saber lo que le estaba diciendo el dios.

«Y pasé mucho tiempo sin conocer el sentido de las palabras del dios», dice Sócrates; esto quiere decir que podemos entender perfectamente el sentido habitual de lo que nos dice el dios o cualquiera, desde una persona hasta un libro, pero al mismo tiempo no escuchar y seguir estando sordos al verdadero sentido de las palabras. Algo así como oír sin escuchar. De vuelta estamos acá en la verificación de que hay algunas comunicaciones que no son directas. Uno creería que si el dios dijo «sos el más sabio» el asunto está clarísimo y concluído: “¡hombre, te dijo que sos el más sabio, no molestes más!” Sin embargo, contra toda supuesta evidencia, la cosa no está clara. En primer lugar, porque se trata de una afirmación sobre un saber sobre él mismo, y él sabe muy bien que no es el más sabio entre los hombres. Por tanto no queda otra alternativa: ya que las palabras del dios son verdaderas, deben querer decir otra cosa —y así estuvo preguntándose mucho tiempo, esperando que le llegara alguna ocurrencia, algo que se pareciese a una respuesta, o al menos a un indicio. Piensen que, mientras tanto, Sócrates tenía que mantener una casa, tenía una mujer, hijos, trabajar, participar como ciudadano, ir a la guerra, etc., etc.; sin embargo, en el núcleo de su ser, ésta pregunta lo perseguía día y noche; estaba en la incómoda situación de no poder olvidar las palabras del dios, pero tampoco poder entenderlas y asumirlas plenamente. No sé si alguna vez en la vida les ha pasado ésto o algo parecido a ésto. No digo que el dios les haya hablado, o tal vez sí, ¿quién puede decirlo?, pero al menos algo que les haya quedado rondando a partir de una palabra que les llegó, que pudo ser de un libro, de un sueño, de un amigo, de uno mismo, de un desconocido… ¿No les ha pasado nunca?

— ¡Siempre…! (a coro, mezclado con risas, y algunas voces que no se entienden).

«Finalmente —sigue Sócrates—, me dediqué a descifrarlo del siguiente modo, muy a pesar mío». Las palabras del dios lo obligaban a una tarea de desciframiento, y esta tarea no era nada sencilla. Al principio se intenta alcanzar ese desciframiento por la vía de la reflexión intelectual solitaria, íntima; pero a la corta o a la larga se cae en la cuenta de que eso no conduce a nada. Mientras tanto sigue pasando el tiempo. Y parece que llegó un momento en que ya no daba más y se dijo “¡Basta! ¡O le encuentro la vuelta o esto me va a volver loco!”. Da la impresión de que las palabras del dios, para ser descifradas, requerían el paso a la acción o, con mayor propiedad, requerían un acto. De todos modos lo que debe quedar en claro es que el dios en ningún momento le pide que haga nada, ni esto ni aquello, simplemente pronunció lo que hoy diríamos una proposición informativa: “Sócrates es el más sabio entre los hombres”; sin embargo estas palabras disparan una acción en él, disparan en primer lugar la decisión de dedicarse por entero, y si es necesario por toda la vida, a descifrar el sentido de las palabras del dios, y lo decide hacer de la siguiente manera: ir a ver a los hombres que él considera sabios y demostrar que ellos son más sabios que él. Los momentos previos a la toma de esta decisión deben haber sido tremendos, puesto que, como vemos, ante la imposibilidad de entender lo que le dice el dios, Sócrates vuelve al punto de partida, a negar la palabra del dios, a aferrarse a lo que para él era verdad, es decir, a la afirmación de que él no era el más sabio entre los hombres. Después de haber pasado mucho tiempo intentando entender las palabras del dios y de haber fracasado, vuelve al primer enfrentamiento, a plantear la guerra contra el dios. Decisión, como se pueden imaginar, nada sencilla ni tranquilizadora.

Y a esta decisión la toma, dice, «muy a pesar mío». Este «muy a pesar mío» también tiene diferentes lecturas. En primer lugar, recuerden que Sócrates está pronunciando este discurso en el juicio que se le sigue y en el que se pide su condena a muerte; y el camino que lo llevó hasta allí justamente se inició con las palabras del dios y su decisión de descifrarlas. Recuerden, además, el largo rosario de enemistados que fue ganando al transitar por ese camino. En segundo lugar, si estuvo tanto tiempo sin entender las palabras del dios fue, justamente, porque las aceptó como verdaderas y alejó de sí la idea de un enfrentamiento con la divinidad. Volver a plantear ese enfrentamiento tampoco debía de resultarle algo grato. Pero además, el mismo momento de la decisión tampoco era algo grato, pues se veía embretado por el dios, no pudiendo olvidar las palabras ni tampoco entenderlas. Basta con imaginar la inmensa cantidad de hombres a los que tal vez el dios les habló pero que, con el mayor de los empeños, lograron olvidar sus palabras y vivir sin semejante apriete, aunque olvidados de su dios. Es decir, que olvidaron su tarea y siguieron con sus familias, sus negocios, sus hijos…¿Es una tarea humana este no olvidar? ¿Olvidamos porque queremos olvidar, no entendemos porque no queremos entender? Nada de esto es soplar y hacer botellas, no podemos dejar de lado que Sócrates, con su decisión, dispone toda su vida al servicio de las palabras del dios, reorienta todo su ser, deja todo lo demás en un segundo plano, y dedica su vida entera al asunto del dios. Si lo miramos desde el plano más cotidiano es totalmente entendible que haya sentido esa decisión como «muy a pesar mío», pues lo lógico que cualquier amigo le hubiera dicho hubiera sido: “¡Vamos!, ¡dejáte de locuras, olvidate de las palabras del dios, que encima ni siquiera te las dijo a vos, y dedicate a cosas más redituables!”. Sin embargo Sócrates hace exactamente lo contrario, decide hacer la locura de dedicar toda su vida a descifrar las palabras del dios.

5

En este punto se vuelve casi obligatorio hacer el parangón con el Dios cristiano, también con el judeo-cristiano, y preguntarse si habla claro o no. Sabemos que para la “cristiandad” todo está muy claro, pero después veremos si Kierkegaard opina lo mismo; también el parangón entre el conflicto que se establece entre lo mundano y lo divino, no en el sentido de que para entrar en contacto con lo divino haya que irse del mundo, tipo anacoreta, sino que a pesar de que Sócrates sigue viviendo su vida en Atenas, la palabra del dios es lo decisivo.

ANA FIORAVANTI: El «muy a pesar mío» también puede compararse con “el camino fácil” y “el camino difícil”. El camino difícil es escuchar la voz del dios que te señala lo verdadero. Ahora, para acceder a lo verdadero hay que atravesar la “puerta angosta”, y lo normal es que todo el mundo se dé la vuelta y siga por el camino ancho. También los profetas actúan como Sócrates, muy “a pesar de ellos”. No hay profeta, ni siquiera Moisés, que no apele a algún impedimento, que no interponga algún pretexto para negarse a cumplir la misión que Dios le encomienda. Para la próxima podríamos rastrear en el Antiguo Testamento las partes en que se rehúsan a seguir ese camino.[1]

Las palabras del dios también pueden parangonarse a las palabras que Jesús escucha inmediatamente después de ser bautizado por Juan el Bautista. En Marcos 1.9-11 leemos: «En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma; y una voz desde el cielo dijo: “Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección”.» Sabemos muy poco de la vida de Jesús antes de su ministerio, pero podemos pensar que antes de este episodio del bautismo Jesús, en tanto y en cuanto también era humano, haya pasado mucho tiempo preguntándose acerca de su tarea, de su identidad, e incluso de su ser. En la película de Scorcese La última tentación de Jesucristo, al comienzo se lo ve a Jesús escuchando voces que no alcanza a comprender y a las que, como un extraviado, les requiere: «¿quién me sigue, quién me habla?» Si seguimos fielmente el evangelio de Marcos, podemos pensar que Jesús no supo desde un comienzo su carácter divino, incluso, siguiendo estrictamente las palabras de ese evangelio, tendríamos que concluir que hasta el último instante de su vida, cuando ya esta crucificado y a punto de morir, al pronunciar aquellas terribles palabras: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», pareciera que Jesús ahí no tenía para nada claro su futuro, y menos que menos su resurrección, si es que resucitó, como después afirma la tradición. Recordemos que el evangelio de Marcos termina con el anuncio de la resurrección de Jesús por parte de un enigmático joven vestido de blanco con el que María Magdalena, María, la madre de Santiago y Salomé se encuentran en el sepulcro vacío de Jesús, pero nada narra de la resurrección en sí. Recordemos, además, que un importante teólogo como Rudolf Bultmann sostiene que lo más seguro es que Jesús haya muerto sin saber que él era Cristo, y agrega que este asunto humano de la vida de Jesús no tiene ninguna importancia para nuestra relación con Dios. Pero para nosotros sí la tiene, ahora, en el marco de este seminario, en cuanto nos preguntamos por la relación de Sócrates con el dios, con la palabra del oráculo y con la verdad, todo esto tiene importancia.

ANA FIORAVANTI: Sin embargo cuando Juan el Bautista le pregunta a Jesús ¿eres tú o debemos esperar a otro?, sobre si era o no el Mesías, o cuando manda emisarios a preguntarle, no recuerdo bien…

PEDRO GORSD: No, eso es después del bautismo de Jesús, es cuando Juan Bautista ya está en la cárcel y manda emisarios a preguntarle a Jesús…

ANA FIORAVANTI: Es cierto. ¿Pero cuál es la respuesta de Jesús? Jesús le dice: “Ve y dile…etc.”, como reconociendo que Él es el que esperaban.

No, incluso ahí no reconoce nada de manera directa. Pero te pido que por ahora dejemos esto aquí y lo tomemos después; pero vayan al evangelio y corroboren, estoy casi seguro de que Jesús no responde de manera directa, no le dice “Sí, yo soy el Mesías”, sino que lo dice de una manera que lo compromete a Juan el Bautista a tomar una decisión. Es muy interesante tu señalamiento porque viene justo a plantear el asunto de la comunicación indirecta en oposición a la directa.

PEDRO GORSD: También hay que preguntarse qué pasa cuando lo bautizan, si a él se le revela algo o no; porque de no ser así, ponemos a la revelación de Jesús como Cristo como un problema de conocimiento, tanto para los otros como para él mismo. Podemos preguntarnos si el acto de ser bautizado no hace que a él, a Jesús, se le revele algo de sí mismo.

Todo esto lo podemos y debemos seguir viendo en el transcurso del seminario. Esta es la esencia misma del seminario, pero no nos apresuremos: por ahora quiero seguir presentando a Sócrates. El desciframiento de las palabras del dios no consiste en un trabajo intelectual, en el sentido más estrecho de intelectual, equivalente a deducción o cálculo; no, para poder acceder al sentido de las palabras del oráculo Sócrates debe hacer algo, hacer un movimiento, una jugada en la vida; y él decide dedicarse a demostrar lo que para él es la verdad indudable: que hay otros hombres más sabios que él. Yendo con esa intención de demostrar que hay otros más sabios, se topa con algo inesperado, con algo que lo sorprende: los otros, en realidad, no son más sabios, y ahí, en ese preciso momento, en ese choque con los otros saca una conclusión, ahí se da cuenta de que él es más sabio que los otros: recién ahí se da cuenta de esto, antes estaba absolutamente convencido de lo contrario.

PEDRO GORSD: No sé si se da cuenta, lo que me parece es que ahí se realiza el oráculo...

Bueno, sí, pero esperá un momento. Primero digamos cómo se da cuenta y de qué se da cuenta. Después de ver al primer sabio que visitó dice así: «partí pensando para mis adentros: “Yo soy más sabio que este hombre; es posible que ninguno de los dos sepamos cosa que valga la pena, pero él cree que sabe algo, pese a no saberlo, mientras que yo, así como no sé nada, tampoco creo saberlo.» Aquí aparece dicho con total precisión: ¿Qué es lo que sabe, qué es lo que ahora se da cuenta que sabe? Ahora sabe que lo decisivo no lo sabe. Sabe que sabe muchísimas cosas, y que todos podemos saber más o menos muchísimas cosas, pero todos ellos son conocimientos que podemos aprender de manera directa, conocimientos que pueden incrementarse indefinidamente; pero por más que esos conocimientos se incrementen más y más, incluso infinitamente, jamás llegarían, sin embargo, a saber lo decisivo, pues lo decisivo no puede saberse tal como se saben los conocimientos aludidos, sino que se trata de otro tipo de saber, diferente al del conocimiento…

MARCELO OLIVERA: Ahí lo decisivo sería un no-saber...

Sí, podemos llamarlo así, aunque históricamente se le llamó “ignorancia socrática” y también “docta ignorancia”. En esto se aclara un poco más el sentido de las palabras de Sócrates: «Yo soy más sabio que este hombre; es posible que ninguno de los dos sepamos cosa que valga la pena, pero él cree que sabe algo, pese a no saberlo, mientras que yo, así como no sé nada, tampoco creo saberlo.» Y aquí sí volvemos a lo señalado anteriormente por Pedro: más que tan sólo darse cuenta, aquí se realiza el oráculo. De todos modos él se da cuenta, pero al darse cuenta el oráculo se realizó, operó. ¿En qué se realizó el oráculo?, en que él ahora es el mas sabio de los hombres, pero es más sabio porque recién ahora se da cuenta que no sabe lo decisivo. Por eso es que el darse cuenta de que sabe que no sabe es una parte necesaria de la realización oracular.

PEDRO GORSD: hay otra realización implícita del oráculo en el hecho de que él no miente, no se miente a sí mismo, mientras que los demás sí se mienten. Porque si el oráculo tiene que ver con la verdad, el que realice el oráculo también tiene que estar en contacto con la verdad de algún modo, y los otros en ese punto no sólo se están engañando, porque creen saber algo decisivo que en realidad no saben, sino que no pueden tomar las cosas absolutamente en serio. Por eso es que, implícitamente, ese saber no-saber de Sócrates lo vuelve o lo hace más real, o algo asi, no se trata de un asunto de conocimiento, sino de sabiduría, de ser real; pone en claro que las cosas son como son, mientras que los otros siguen estando en una especie de engañapichanga, haciéndose pasar por algo que no son.

6

Voy a leerles unos párrafos de este libro de Paul Ricoeur que me prestó Ana, títulado Introducción a la simbólica del mal, unos párrafos que aunque no traten de Sócrates ni de la ignorancia socrática, vienen bien para ubicar y precisar el sentido y el tipo de saber que profesaban los que podríamos llamar “falsos sabios” que Sócrates enfrentaba. Dice así:

«En el ensayo titulado La época de las visiones del mundo Heidegger caracteriza la era de la metafísica como un período en el cual “el existente es puesto a disposición de una representación explicativa”: “el existente es determinado, por primera vez, como objetividad de la representación y la verdad como certeza de la representación en la metafísica de Descartes” (Sendas perdidas). Al mismo tiempo el mundo se ha convertido en una imagen pictórica: “Donde el mundo se convierte en imagen concebida (Bild: imagen, cuadro), la trotalidad de lo que es se comprende y fija como aquello sobre lo cual el hombre puede orientarse, como aquello que, en consecuencia, quiere traer y mantener delante de sí, aspirando de este modo a detenerlo, en un sentido decisivo, en una representación” (ibid). El carácter representativo de lo que es pasa a ser, de este modo, el correlato del surgimiento del hombre como objeto. El hombre se coloca él mismo en el centro del cuadro; lo que es, del mismo modo, es colocado delante del hombre como lo objetivo y lo disponible. Más tarde, con Kant, con Fichte y con el mismo Nietzsche, el hombre como sujeto se convierte en el hombre como voluntad. La voluntad aparece como el origen de los valores, en tanto que el mundo debe retroceder, al segundo plano, como simple hecho, desprovisto de valor. No estamos lejos, aquí, del nihilismo. Es imposible ya cubrir el abismo que separa a un sujeto, que se plantea a sí mismo como el origen de los valores, y un mundo que se despliega como un conjunto de apariencias, desprovistas de valor alguno. Mientras sigamos contemplando el mundo como un objeto para la representación y a la voluntad humana como postuladora del valor, la conciliación y la integración serán imposibles. El nihilismo es la verificación histórica de esta imposibilidad. En particular, el nihilismo pone al descubierto el fracaso del Dios metafísico, incapaz de efectuar la reconciliación, el fracaso de no poder completar la causalidad con la teleología. Mientras el problema de Dios se plantee en estos términos y en este nivel, la cuestión misma de Dios procede del olvido que engendra la concepción del mundo como objeto de representación y el concepto del hombre como un sujeto que postula valores.»

Siguiendo estas palabras pero volviendo a Sócrates, lo que saben los supuestos sabios a los que él se enfrentó en su época, son puras representaciones; saben muchísimas cosas, muchas cosas útiles, incluso algunas ciertas, pero nada de eso quita que sigan siendo representaciones: cómo hacer un puente, cómo orientarse en la navegación, incluso cómo hacer una buena gestión de gobierno, todas esas cosas se saben o al menos pueden saberse; pero nada de eso es saber lo decisivo, y por mucho que se sepa en este primer sentido nunca se conseguirá acercar ni siquiera un poco a saber lo decisivo. Dios no escapa a esta dicotomía, y el Dios metafísico, el Dios como mera representación, termina por sustituir al verdadero Dios. Esta operación pone al hombre como centro del mundo, posición que más tarde se llamará “humanismo”, pone al hombre como postulador y medida de todos los valores, pero lo deja desgarrado del mundo y sin dios. Esta posición es coronada con el superhombre nietzscheano. El hombre queda en una posición de atropellador del mundo, de dominador del mundo, lo más parecido a lo que está ocurriendo actualmente con el poderío tecno-científico: dominamos la naturaleza, o eso creemos, pero no estamos en contacto con la naturaleza. Hasta podemos llegar a destruir el mundo, pero eso no nos acerca un milímetro al mundo, estamos como despegados, desgarrados del mundo.

PABLO ROSI: Podría ocurrir, incluso, que no haya más problemas de ningún tipo; por ejemplo, que no haya guerras, que se erradique el hambre del mundo, y cosas así; pero no por eso la situación y posición que describís cambiara en lo esencial.

Así es, en principio es así; sin embargo a mí me queda una duda: si desde este desgarro metafísico, si desde este divorcio entre el objeto y el sujeto, si el sujeto sigue poniendo sus valores hasta llegar a lo arbitrario, y si el mundo sigue siendo un mero hecho sin valor, la duda que me queda, digo, es si manteniendo ese desgarramiento puede ser posible, por ejemplo, que se elimine el hambre del mundo, o si, por el contrario, ese desgarro metafísico mismo no es ya, en sí y por sí mismo, el obstáculo decisivo para la resolución de esos males que vos nombrás. No es nada improbable que las causalidades estén invertidas, es decir, que el ser mismo de ese desgarro sea el que engendre los males nombrados y muchos otros más; porque cuando la vida misma se rebaja y se reduce a objeto, la explotación, la alienación y el derrumbe ya están inscriptos en la misma materiliad de esa lógica y en la misma lógica de esa materialidad. No estamos hablando ya de problemas de conocimiento sino del ser, del ser del mundo y del ser humano. Pero esto se inscribe también, por supuesto, en nuestro saber y hasta en nuestra forma de hablar, y alcanza con afinar un poco la escucha para caer en la cuenta de que cuando hablamos de nosotros, no tenemos otra forma de referirnos a nosotros mismos sino como objetos, objeto del cual hablo, objeto de mi discurso. En este sentido, desde antes del inicio del juego ya estamos separados y somos ajenos a nuestro propio ser. Jacques Lacan, no recuerdo ahora dónde, dice: «No se trata de saber si hablo de mí mismo de manera conforme con lo que soy, sino si cuando hablo de mí, soy el mismo que aquel del que hablo». Cuando hablo de mi pareciera que no soy quien habla; y si de algo tenemos experiencia en nuestra vida más o menos miserable es que casi nunca mi palabra toca mi ser, y directamente nunca mi palabra es mi ser. Cómo ser en y con la palabra es la historia, allí se juega toda la relación con el dios, no con el Dios de la metafísica o de la representación, sino con el Dios o con el Otro de verdad. Solo ante la verdad. No se trata ya de la verdad como adecuación entre la representación y el mundo, sino que la verdad es cuando la palabra es, cuando es una palabra de verdad no porque represente verdaderamente al mundo sino porque realiza el mundo.

Entonces, después de mucho tiempo de intentar y no comprender el sentido de las palabras del dios, Sócrates se decide a demostrar que él no es el más sabio; pero al poner la decisión definitiva y la máxima fuerza en demostrar que él no es el más sabio, se topa con lo opuesto, cae en la cuenta de que sí, de que él es el más sabio, y cae en la cuenta tambien de que el oráculo actuó por su intermedio, que su vida y sus actos siempre fueron el vehículo y la materia con que el oráculo realizó su palabra. En este sentido la palabra del oráculo es radicalmente diferente a la palabra de cualquier sabio en sentido habitual. Y además, la forma en que la palabra divina, en este caso oracular, se realiza en el mundo, casi siempre es en aparente contrapelo de la voluntad humana que le sirve. Recuerden a Edipo: Edipo hace todo en función de evitar la palabra profética del oráculo, y justamente a través de las acciones tendientes a evitar el cumplimiento de la profecía es como la palabra oracular termina cumpliéndose, como termina realizándose. Me viene a la memoria ahora aquel cuento, que según he leído en algún lugar se remonta a Las mil y una noches, en el que nos habla la Muerte y nos cuenta que: «Había un mercader en Bagdad que envió a su sirviente al mercado a comprar provisiones y al poco tiempo, el sirviente regresó pálido y tembloroso, y dijo: Señor, ahora mismo cuando estaba en el mercado una mujer me dio un empellón en la multitud y cuando me volteé, vi que era la muerte la que me había empujado. Me miró e hizo un gesto de amenaza; ahora, préstame tu caballo y cabalgaré lejos de esta ciudad para huir a mi destino. Iré a Samarra y allí la muerte no me encontrará. El mercader le prestó su caballo y el sirviente lo montó, lo acicateó con las espuelas en los flancos y partió todo lo rápido que el caballo pudo galopar. Entonces el mercader fue al mercado y me vio en medio de la multitud, se acercó y me dijo: ¿Por qué hiciste un gesto de amenaza a mi sirviente cuando lo viste esta mañana? No fue un gesto de amenaza, le dije, fue sólo un gesto de sorpresa al verlo allí. Me asombró verlo en Bagdad porque tenía una cita con él esta noche en Samarra.»

La palabra del dios y la palabra oracular no son iguales, en absoluto, a las palabras que utilizamos cotidianamente, y al mismo tiempo no sólo es lo menos parecido a una comunicación directa sino que es lo más opuesto a ello. Tampoco, por supuesto, es representación. Es una palabra enigmática que implica al oyente. Un poco más adelante en la Apología, Sócrates dice: «vergonzosa habría sido mi conducta si yo…, cuando el dios me ordenó, según creí y deduje, que viviese dedicado a la filosofía y examinándome a mí mismo y a los demás, hubiese abandonado mi puesto por temor a la muerte o a otra cosa cualquiera.» Vale la pena aclarar y remarcar aquí lo siguiente: Sócrates dice «cuando el dios me ordenó, según creí y deduje». En primer lugar el dios, de manera manifiesta, como ya dijimos, no le ordenó nada; el dios nunca le dijo: “debes demostrar tal cosa”; el dios sólo dijo que él era el más sabio, y ni siquiera se lo dijo a él sino a un amigo de él. Insisto con volver atrás y no olvidar toda esta cadena de decires porque es algo que esencialmente tiene que ver con la palabra divina, y que esa palabra se podría haber perdido en cualquier vericueto de la historia: se le podría haber perdido al amigo, a Sócrates; es decir, para poder lograr escucharla, y mucho más para realizarla, hay que dedicarle la vida; y dedicarle la vida no consiste en asumirla fácil y directamente desde el vamos, así como así, sino en ser lo que uno es, o en llegar a ser lo que se debe ser, ésa es la condición necesaria y primera para poder llegar a escucharla. O lo que es lo mismo: vivir de acuerdo con la verdad, que para Sócrates, en un inicio, no era que él era el más sabio entre los hombres sino justamente lo opuesto: que él no era el más sabio. Pero desde el momento que se mantiene fiel a la verdad, hoy diríamos a su verdad personal, allí ya está actuando y manifestándose la verdad del dios oracular. Por eso Sócrates dice: «según creí y deduje», puesto que no fue el dios quien le dijo directamente que hiciera tal o cual cosa sino que fue él mismo quien se hizo cargo de su tarea, fue él solito quien creyó y dedujo su misión. Esto lo repite varias veces a lo largo de su discurso, incluso se lo llega a echar en cara a sus jueces: «Pues eso es lo que ordena el dios, sabedlo bien; y yo considero que no habéis tenido en la ciudad hasta la fecha un bien mayor que mi labor al servicio del dios». ¡Que descaro! ¡Cómo va a presentar y alabar la tarea que el mismo dedujo y creyó como algo que le encargó el dios! Se lo mire por donde se lo mire esto es blasfemia, y por tanto es absolutamente entendible que la mayoría de los quinientos jueces hayan sentido una tremenda irritación contra él. Si lo entendemos en el sentido de la comunicación directa, cuando Sócrates dice “según creí y deduje” pierde toda la razón, y ya no puede demostrar que el dios le encargó la tarea que según él le encargó; sin embargo las cosas se muestran exactamente al revés si lo entendemos en el sentido de una comunicación indirecta, donde se plantea un compromiso en acto como fundamento de la escucha. La palabra del dios no es escuchada plenamente (ni se realiza) hasta tanto el hombre no haga lo que tiene que hacer siguiendo esa palabra que es la verdad. Para el sentido habitual esto es un rebuscamiento extremo, pues el sentido habitual asegura que la palabra ya está lista y terminada en el mismo instante en que sale de la boca de quien la profiere, ya está entera y realizada, y el que escucha no le pone nada; más aun: no debe ponerle nada a riesgo de alterarla. Sin embargo esta palabra se realiza recién cuando el hombre lleva a cabo lo que tiene que hacer, y no sé si siendo hombres alguna vez se termina de realizar.

7

PEDRO GORSD: Por lo que decís, pareciera que la palabra del dios necesariamente tiene que ser enigmática, porque si fuera clara y directa no podría darse esa operación, no se pondría a andar la cosa, pues si fuera pura información, del lado del hombre todo se detendría y nunca echaría a andar.

Exactamente. Este punto trae a colación el asunto de la fe en el ámbito cristiano. ¿Dirían que Sócrates tuvo fe? Tener fe en la palabra del oráculo no significa creerle mecánicamente, significa hacerse cargo de esa palabra con todas sus consecuencias, desde el lugar propio de cada uno y, por lo tanto, de que esa palabra encarne en cada uno en la tarea apropiada. Tener fe, entonces, no era repetir alegremente “Soy el más sabio entre los hombres”, sino que, en tanto él creía lo contrario, era aceptar el combate con el dios y llevarlo a cabo hasta las últimas consecuencias. Al hacer eso realiza la palabra en el mundo como verdad. La palabra del dios no puede ser directa, como señalaba Pedro, porque si viene Dios, se presenta como tal y queda objetivamente en claro que es así, entonces jamás de los jamases va a existir ni puede existir la fe. A mi entender fe quiere decir que hay una operación que compromete de pleno al hombre, y que esa operación completa la palabra del dios. Es por esto que, según Kierkegaard, la figura de siervo que asume Jesús, ser un pobre diablo que a los ojos comunes no era nadie, un pobre hombre como cualquier otro, esto que Kierkegaard llama “incognoscibilidad”, no es algo accesorio sino esencial al Hijo de Dios: no había nada exterior que marcara que era Dios. Cuando Jesús le pregunta a sus discípulos «¿Y ustedes, quién dicen que soy?», y Pedro le responde: «Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, Jesús le dice: «Feliz de ti, Simón, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo». Tiene que haber una transformación humana para poder escuchar la palabra del dios; y viceversa, el escuchar la palabra del dios opera una transformación en la vida humana.

DOLORES GRADIN: esto hace referencia al tema del escándalo. Como se puede ver también en Migajas Filosóficas, donde Kierkegaard habla de la figura de Cristo como siervo. Dios no podía manifestarse de modo directo sino sólo a través de esta figura, la que, a su vez, implica el escándalo.

Cuando el dios le dice a Sócrates que es el más sabio entre los hombres, eso también es escándalo, pues eso, según Sócrates, de ninguna manera podía ser cierto.

Sigo leyendo un poquito más el texto de Ricoeur, a continuación de lo anterior: «Mientras el problema de Dios se plantee en estos términos y en este nivel, la cuestión misma de Dios procede del olvido que engendra la concepción del mundo como objeto de representación y el concepto del hombre como un sujeto que postula valores.»

«Es por ello que necesitamos volver hacia atrás por el camino recorrido, más allá del punto donde se efectúa la dicotomía entre el sujeto y el objeto, si queremos superar las antinomias que proceden de ésta: antinomia del valor y del hecho, antinomia de la teleología y de la causalidad, antinomia del hombre y del mundo. Esta regresión no nos trae de vuelta a la noche de una filosofía de la identidad, sino que nos conduce a la manifestación del ser como el logos que reúne todas las cosas».

«Si nuestro análisis es correcto, el comienzo de toda respuesta a Nietzsche reside en una meditación sobre el logos que reúne antes que en el surgimiento de la voluntad de poder, la cual, es posible, pertenece todavía a la era de la metafísica en la cual se definió al hombre como voluntad. Para Heidegger, el logos es el aspecto o la dimensión de nuestro lenguaje que está ligado a la cuestión del ser. Por medio del logos, la cuestión del ser viene al lenguaje; gracias al logos, el hombre emerge, no solamente como una voluntad de poder, sino como un ser que interroga sobre el ser»

DOLORES GRADIN: este texto de Heidegger es interesante porque ahí habla de este concepto de “visión del mundo” propio de la representación, mientras que en los griegos no había una “visión del mundo”, la realidad era una manifestación del ser, no se podía hablar de una “visión del mundo”. Ese texto es interesante porque despeja esta diferencia.

Lo que Ricoeur acentúa es que el logos es palabra, y es discurso, y el ser del oráculo es ser palabra; estaba Apolo, pero eso era un nombre o una imagen; lo que realmente tenía eficacia sagrada era la palabra que en este caso era enigmática. Para el sentido común actual la palabra no es parte del mundo, habla del mundo, refleja el mundo, pero no es del mundo, es como si fuese y estuviese por fuera del mundo. La palabra hace una representación del mundo pero no hace mundo; cuando se dice “son puras palabras” es para decir que no son nada, no valen nada. En la palabra oracular, en cambio, es la palabra la que termina haciendo el mundo, la que verdaderamente hace el mundo, y ninguna otra cosa. En este sentido no hay distancia ontológica, no hay heterogeneidad entre el campo de la palabra y el campo del mundo. Mundo y palabra, ser y logos, están dentro del mismo campo, mientras que en la modernidad claramente son de dos campos diferentes y mutuamente excluyentes. Quien los ubica así, de manera tan tajante, es Descartes con la res extensa y la res cogitans. Kant ya dice con total claridad que la representación no es el mundo, mira al mundo pero no es el mundo. Esta posición sigue prácticamente inalterada hasta la actualidad; interrogen al sentido común y tendrán un verdadero tratado de la representación. Tamaña espontaneidad ya debería dejar en claro que nada de esto es puramente intelectual, por el contrario, hay aquí una disposición vital que incluye lo intelectual pero desborda hasta morder la carne hasta el hueso.

Quiero leerles unos párrafos de las clases de Alexandre Kojeve sobre La dialéctica de lo Real y la idea de la muerte en Hegel, que despliegan un poco más este tema, obviamente que desde su punto de vista:

«El conocimiento realmente verdadero nada tiene que ver con la “Reflexión” de la seudo-filosofía (es decir, de la filosofía prehegeliana) ni con la seudo-ciencia (newtoniana, experimental) que reflexiona sobre lo Real situándose fuera de él, sin que pueda decirse precisamente dónde; reflexión que pretende dar un “juicio” de lo Real a partir de un Sujeto cognoscente sedicentemente autónomo e independiente del Objeto de conocimiento; Sujeto que es, según Hegel, un aspecto de lo Real conocido o revelado y artificialmente aislado». «El Sujeto y el Objeto tomados aisladamente son abstracciones que no tienen “realidad-objetiva” (Wirklichkeit) ni “existencia-empírica” (Dasein). Lo que existe en realidad, desde el momento en que se trata de la realidad-de-la-cual-se-habla, y puesto que en verdad hablamos de la realidad, no puede tratarse para nosotros más que de una Realidad-de-la-cual-se-habla; sostengo que lo que en realidad allí existe es el Sujeto-que-conoce-el-objeto o, lo que es igual, el Objeto-conocido-por-el-Sujeto. Esta realidad desdoblada y no obstante una en sí misma puesto que es indistintamente real, tomada en conjunto o en tanto que Totalidad, en Hegel se llama “Espíritu” (Geist) o (en la “Logik”) “absolute Idee”. Hegel dice también: “absolute Begriff”, “Concepto absoluto”.»

La representación, entonces, a la vez que se pretende representación de la realidad, al mismo tiempo se presenta como por fuera de la realidad, y si se le exige que diga exactamente dónde está su lugar, por respuesta sólo tendríamos tartamudeos: en verdad no lo sabe. Tampoco sabe de qué manera y en qué medida su acto de conocer es parte de su conocimiento; lo único que reafirma hasta la necedad es que el objeto es independiente del acto de conocerlo. Pretende además que el sujeto participe lo menos posible en ese acto de conocer, pues si bien es el que mira, en esa mirada no debe reflejar nada propio, no debe “contaminarlo” con el menor átomo de “subjetividad”. Supuestamente el sujeto mira pero no se ve. La palabra oracular no tiene nada que ver con esto, con la representación, no hay separación entre el ser de quien sabe y el saber que dice. Sócrates cae en la cuenta de que «es posible que ninguno de los dos sepamos cosa que valga la pena, pero él cree que sabe algo, pese a no saberlo, mientras que yo, así como no sé nada, tampoco creo saberlo», se da cuenta de que todo el saber que tienen tanto él como los otros siempre es representación y, por ende, no es real sino que para siempre es y será un reflejo de lo real. Pero es en el sentido real, no de reflejo, que Sócrates dice «no sé nada», y este no-saber, como lo llamó Marcelo, es lo único que puedo saber de de eso, y eso es un saber irónico. Allí comienza la posición irónico, en la retirada, en la renuncia a la posición representativa; y lograr sostenerse en este no-saber, en esta ignorancia, es realmente algo sumamente complicado, en tanto le está vedado pronunciar ninguna palabra positiva acerca del mundo, no puede decir «yo sé que al mundo podemos arreglarlo si caminamos en aquel sentido» en tanto todo su saber positivo ha caducado, y la única positividad que se mantiene consiste simplemente en ser ese no-saber.

Kierkegaard despliega en el libro que nos ocupa justamente esta posición, posición que aparentemente no sabe nada, y de hecho dice «no sé nada», sin embargo en ese no saber nada es donde y cuando aparece un auténtico saber, saber que es una pura negatividad, expresión utilizada por Kierkegaard en sintonía aun con cierta tradición hegeliana.

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Finalmente, ¿hay un más allá de la ironía, alguna positividad posible después de la negatividad irónica? Da la impresión que no hay ni puede haber un saber positivo más allá, pero lo que sí hay, me animo a afirmarlo y creo poder rescatarlo en Sócrates y en Kierkegaard, lo que sí hay, si bien no es un decir positivo, es un escuchar positivo, y la posibilidad de obedecer a la palabra escuchada. El hombre no puede ponerse en el lugar del decir decisivo, pues quien allí habla es el dios, pero lo que sí puede y debe es escuchar y obedecer. Allí el hombre realmente es, recupera su ser y es, hay una positividad en la escucha y en la obdeciencia. Y volvemos de nuevo a Sócrates: hay una positividad porque desde el momento que comienza a obedecer al dios, comienza a vivir, despliega todo su vida que es la que pasó a la historia y conocemos bajo el nombre de la vida de Sócrates, ahí nace Sócrates, y no antes, en su nacimiento diríamos “real”, sino que el verdadero y real nacimiento del Sócrates se origina en las palabras del dios. Y esto no es un invento mío, es tal cual él mismo se presenta en la Apología, es él mismo quien nos dice: yo les voy a contar cómo arranca mi vida…de sabio; la otra vida, la cotidiana, a nadie interesa, y en verdad no es parte de Sócrates: en la Apología no cuenta nada acerca de dónde nació, cómo fue su infancia, dónde estudió etc., nada de esto es relevante, lo único decisivo fueron las palabras del dios, y la reacción en cadena que se desata hasta llegar el momento actual en que está hablando en el juicio. Y es notorio que en y durante en el juicio Sócrates sigue desarrollando su tarea, nunca para, y dice que aunque lo maten no va a parar, pues ya se imagina en el Hades, el país de los muertos, interrogando a Homero y a tantos otros sabios de la antiguedad. Lo que no está dispuesto, de ninguna manera, es a dejar de hacer lo que hace, lo que el dios le ordenó que haga, y es en este sentido que la negatividad irónica se sostiene a su vez de la positividad de la escucha y de la fidelidad a las palabras del dios.

¿Nosotros escuchamos al dios? ¿Cuál es la posición de escucha? Da toda la impresión que la posición de escucha se inicia o al menos supone la posición irónica, es decir, la suspensión de toda respuesta positiva de que yo sé, supone sostenerse en la posición de no-saber. A esta altura, como vemos, las palabras jamás pueden ser representación sino que son vida; más aun, esas palabras hacen la vida tal como Sócrates hizo la suya en fidelidad a las palabras del dios. No retroceder ante el enigma, sostenerse en el no-saber, es vida, y también, según Sócrates, es ponerse al servicio del dios. Lo irónico es que Sócrates fue condenado a muerte y ejecutado por ateo y por desconocer a los dioses. Sócrates es, entonces, una figura ejemplar sobre la esencia de la relación del hombre con la divinidad, e insoslayable para pensar el desafío de cómo ser fieles a la verdad.

ANEXO I

“MUY A PESAR MÍO” (Sócrates)

Recopilación de citas del Antiguo Testamento hecha por Ana Fioravanti referidas a que los Profetas muchas veces también actuaron como Sócrates “muy a pesar mío”.

MOISÉS (Éxodo)

3, 11: “Dijo Moisés a Dios: <¿Quién soy yo para ir a Faraón y sacar de Egipto a los israelitas?”

4, 1: “Respondió Moisés y dijo: <No van a creerme ni escucharán mi voz...>”

(Después de los prodigios en 4, 2-9, Moisés sigue insistiendo.)

4, 10-14: “Dijo Moisés a Yahveh: <¡Por favor, Señor! Yo no he sido nunca hombre de palabra fácil, ni aun después de haber hablado tú con tu siervo; sino que soy torpe de boca y de lengua.> Le respondió Yahveh: <¿Quién ha dado al hombre la boca? ¿Quién hace al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo, Yahveh? Así pues, vete, que yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que debes decir.> Él replicó: <Por favor, envía a quien quieras.> Entonces se encendió la ira de Yahveh contra Moisés, y le dijo: <¿No tienes a tu hermano Aarón el levita? Sé que él habla bien........>”

JOSUÉ

1, 9: “¿No te he mandado que seas valiente y firme? No tengas miedo ni te acobardes, porque Yahveh tu Dios estará contigo dondequiera que vayas.”

ISAÍAS

6, 5: “Y dije: ¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros.....!” (Ver nota 6, 8 al pie de página.)

JEREMÍAS

1, 6-9: “Yo dije: <Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho.> Y me dijo Yahveh: <No digas: ‘Soy un muchacho’, pues adondequiera que yo te envíe, irás y todo lo que te mande dirás. No les tengas miedo, que contigo estoy yo para salvarte -oráculo de Yahveh-. Entonces alargó Yahveh su mano y tocó mi boca. Y me dijo Yahveh: Mira que he puesto mis palabras en tu boca.”

DANIEL

10, 8: “Quedé yo solo contemplando esta gran visión: estaba sin fuerzas; se demudó mi rostro, desfigurado y, al oírlo, caí desvanecido, rostro en tierra.”

10, 15-17: “Al decirme estas palabras, di con mi rostro en tierra y quedé en silencio; y he aquí que una figura de hijo de hombre me tocó los labios. Abrí la boca para hablar y dije a aquél que estaba delante de mí: <Señor mío, ante esta visión la angustia me invade y ya no tengo fuerzas. Y ¿cómo este siervo de mi Señor podría hablar con mi Señor, cuando ahora las fuerzas me hablan y ni aliento me queda?>”

EZEQUIEL

3, 14: “Y el espíritu me levantó y me arrebató; yo iba amargado, con quemazón de espíritu, mientras la mano de Yahveh pesaba fuertemente sobre mí.”

AMÓS

7, 14-15: “Yo no soy profeta ni hijo de profeta, yo soy vaquero y picador de sicómoros.”

JONÁS

1, 1-3: “La palabra de Yahveh fue dirigida a Jonás, hijo de Amittay, en estos términos: <Lévantate, vete a Nínive, la gran ciudad, y proclama contra ella que su maldad ha subido hasta a mí.> Jonás se levantó para huir a Tarsis, lejos de Yahveh......”

1, 12: “Les respondió: <Agarradme y tiradme al mar, y el mar se os calmará...>”

2, 3-6: “Desde mi angustia clamé a Yahveh y él me respondió; desde el seno del seol grité, y tú oíste mi voz. Me habías arrojado en lo más hondo, en el corazón del mar, una corriente me cercaba: todas tus olas y tus crestas pasaban sobre mí. Yo dije: ¡Arrojado estoy de delante de tus ojos! ¿Cómo volveré a contemplar tu santo Templo? Me envolvían las aguas hasta el alma, me cercaba el abismo, un alga se enredaba a mi cabeza.”

HABACUC

3, 16: “He oído y mis entrañas se estremecen, a esa voz titubean mis labios, penetra la caries en mis huesos, bajo mí tiemblan mis pasos!”


[1] Al final de la transcripción, se agrega como Anexo I una recopilación hecha por Ana Fioravanti de citas del Antiguo Testamento en las que se hace presente en los Profetas la encrucijada que expresa la frase “Muy a pesar mío”.

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