JUAN CARLOS SÁNCHEZ SOTTOSANTO: "Kierkegaard en la 'Colección Borges' del Tesoro de la Biblioteca Nacional Argentina"
División Control de Autoridades – Biblioteca Nacional Mariano Moreno

Siglas utilizadas (para datos completos, véase bibliografía al final):
HBI: Helft, Jorge Luis Borges, Bibliografía e índice.
KD: Kafka, Diarios.
OC: Borges, Obras Completas.
RA: Rosato y Álvarez, Borges, libros y lecturas.

En la Sala del Tesoro Paul Groussac, Biblioteca Nacional Argentina Mariano Moreno, se preserva la colección especial Jorge Luis Borges, llamada así porque sus volúmenes pertenecieron al célebre escritor argentino, o fueron intervenidos por éste, con anotaciones y otras marcas autógrafas. Dentro de esta colección encontramos, a su vez, cuatro libros que nos interesan en esta oportunidad. Dos del propio Kierkegaard, en inglés: Temor y temblor y La repetición; y también en inglés, dos estudios clásicos de Walter Lowrie sobre Kierkegaard, 1938 y 1944, de los cuales el segundo es como una suerte de edición abreviada del primero.
Esto no significa que aquí se agote el material que Borges poseyó de o sobre Kierkegaard; dada su relación no fetichista con el libro, otros volúmenes de los que se desprendiera pueden estar en bibliotecas particulares varias, incluida la de su viuda. Estos son, sencillamente, los que él donó a la Biblioteca Nacional en circunstancias que después repasaremos. Con todo, estos cuatro volúmenes poseen, en total, unas veinte pequeñas anotaciones manuscritas de puño y letra de Borges, 10 de las cuales se concentran en el estudio mayor de Lowrie. ¿Por qué interesarnos en ellas? Por una parte, creo que está demás aludir a la importancia de Borges y de todo aquello, por mínimo que sea, que haya salido de su pluma. Y en este ámbito, también estaría de más recalcar la relevancia del Borges lector de Kierkegaard, o del Kierkegaard leído por un lector de la talla de Borges. Este trabajo se propone, entonces, ser una invitación a cualquiera de ustedes, y también una invitación a ustedes como transmisores, para una investigación más profunda sobre estas notas y su incidencia posterior. Una investigación de la que yo daré solo algunas pistas posibles pero que no pienso continuar, a la espera de quien tenga a bien realizarla. El investigador óptimo, por supuesto, debería ser ante todo un buen conocedor de la obra de Borges y de Kierkegaard, y, sospecho, también de la de Kafka.
Desarrollaremos ahora: 1. una breve historia de esta colección bibliográfica; 2. un breve retrato del Borges anotador de sus libros, con especial referencia a estos cuatro mencionados; y 3. el análisis de dos de estas veinte notas, hasta desembocar en su utilización en uno de los ensayos más célebres de nuestro escritor.
 

Historia de la colección [1]

 
De 1955 a 1973, Borges se desempeñó como Director de la Biblioteca Nacional Argentina; es decir, desde la autoproclamada Revolución Libertadora hasta el retorno del General Perón a la Argentina. Este período coincide, también, con el afianzamiento definitivo de su ceguera, la que no impide un intenso trabajo de escritura poética, y también de revisión de viejos textos y de necesarias relecturas, con la colaboración de amanuenses. Borges traslada parte de su biblioteca personal al edificio de la Nacional, entonces sito en la calle México; al mismo tiempo, es un asiduo utilizador de los fondos de la institución que dirige. En 1971, un empleado acusa a Borges de robar libros; se inicia un sumario: investigación, inventarios, actas de escribano. En 1973, con el retorno del peronismo, Borges presenta su renuncia; se le acepta y se le tramita la jubilación en tiempo récord. Para dejar en limpio su honor y su nombre, antes de retirarse Borges dona parte de su biblioteca personal; también podemos decir que es uno de los tantos expurgos que realiza a lo largo de su vida de libros que ya no considera imprescindibles: Borges no es un coleccionista enfermizo, y tal como en el final de su cuento El libro de arena el protagonista deja ese desaforado ejemplar infinito abandonado en los estantes de una biblioteca, el Borges real solía abandonar libros en bibliotecas de amigos y públicas, pero también en bares, restaurants e incluso librerías.
Algunos de estos libros legados en 1973 reciben el correspondiente sello de donación, pero no la mayoría. De hecho, se inicia una historia de casi treinta años de incurias, en que esos libros rodarán a la buena de Dios por despachos y sótanos varios. Tras el traslado de la Biblioteca a su sitio actual en 1992, una trabajadora de la misma, Paula Ruggeri, advierte sobre la importancia de esta colección, cuyos ejemplares poseen firmas y anotaciones relevantes de su ex propietario. Por bastante tiempo, y con excepciones, su reclamo fue vox clamantis in deserto. Recién tras la crisis 2001-2, y bajo las gestiones directivas de Elvio Vitale y Horacio González, la colección fue reunida adecuadamente en la Sala del Tesoro, debidamente inventariada, y los investigadores Laura Rosato y Germán Álvarez quedaron a cargo de la realización de una bibliografía, si bien no exhaustiva, sí dotada de un rico estudio preliminar, un catálogo de los libros, y una transcripción minuciosa de todas las notas borgianas, con intertextualidad ligada a los párrafos aludidos por las notas, y a posibles influjos en la propia obra de Borges. Se titula Borges, libros y lecturas, y fue editada por la propia Biblioteca Nacional en 2011, con reedición ampliada en 2017. En cuanto a nuestra propuesta para un futuro investigador, permítasenos acotar que esta obra es generosa en esas transcripciones, incluidas casi páginas completas de las obras de Lowrie sobre Kierkegaard, aunque, por supuesto, no remplaza a la consulta directa de los libros en la Sala del Tesoro de la Biblioteca
[2].
 

Borges anotador [3]

 
Una primera mirada a las anotaciones de Borges a sus libros –o a los ajenos, que también esta costumbre tenía-, puede ser desilusionadora. El sistema es simple. Borges suele dejar adheridas las etiquetas de las librerías donde compra sus libros; así, por ejemplo, de uno de los libros de Lowrie sobre Kierkegaard sabemos que fue adquirido en la librería Barna, Maipú 441, Buenos Aires. Suele firmarlos: tres de nuestros cuatro libros están autografiados. Suele fecharlos: pero la fecha, nos dicen los investigadores, no es la de la adquisición, sino la de su lectura efectiva; lo cual nos ayuda a trazar una cronología importantísima de cómo ciertos autores van influyendo en él, hasta el punto, como veremos luego, de hacerle mudar ciertos pareceres, de crear conexiones con otros textos, o de utilizarlos en los propios. Nuestros libros, salvo Temor y temblor que no está datado, todos llevan el año 1946, dato no menor que quisiéramos retener.
Por último, las notas en sí.
Primero, lo que Borges no hace. No subraya el libro. No hace notas en los márgenes, ni exclamaciones, interrogaciones, interpelaciones, diálogos o críticas, ni deja frases memorables. Utiliza las páginas posteriores, las llamadas páginas de cortesía, de guarda y de guarda volante. Allí, en letra menuda, anota el número de una página del libro leído, pongamos, página 67; transcribe una frase significativa de la misma, precedida y/o seguida de puntos suspensivos, o a veces cortada por los mismos para referenciar a un pasaje extenso del que se toman solo el principio y el fin. Otras veces un concepto fácilmente recordable remplaza a la copia textual. A menudo agrega la abreviatura “cf.”, es decir, confrontar, confróntese con, creando un vínculo con otro pasaje de la misma obra, o de un texto que Borges señala con una abreviatura o simplemente guarda en su memoria. Las notas suelen darse en el mismo idioma del libro y raramente incluyen una traducción española.  ¿Qué relevancia guardan, entonces?
Borges utiliza estas notas como ayudas-memoria, como ficheros de consulta, y, sobre todo, como borradores o pre-textos de su propia obra. Citadas con puntualidad, metamorfoseados por el mismo Borges en textos nuevos, mesturados con otras notas para fundirlas en un concepto propio: Borges se apropia, expropia, copia, transforma, crea. A la postre, son los sustratos, la propia prehistoria de ese siempre agradecido lector que vuelca su acervo de páginas famosas o ignotas en un producto ricamente original, con la impronta inconfundible de Borges.
Todo esto se aplica a las notas de nuestros libros de o sobre Kierkegaard.
 

Borges, Kierkegaard, Kafka

 
Borges menciona a Kierkegaard en un total de seis textos suyos
[4]: tres prólogos, un ensayo, una reseña y una conferencia. No es una cifra llamativa, si se la compara con las veces que alude, por ejemplo, a pensadores como Schopenhauer, Heráclito o Nietzsche, o escritores como Lugones, Dante, Shakespeare, Sarmiento, Stevenson, Macedonio Fernández, Chesterton, Kipling… o Kafka. A propósito de Kafka: de esos seis textos borgianos que mencionan a Kierkegaard, tres, la mitad, giran en torno a Kafka, mientras que uno solo está dedicado a Kierkegaard en exclusiva: su prólogo a Temor y temblor, dentro de la postrera colección Borges: Biblioteca personal que dirige y prologa antes de morir y de hecho queda interrumpida por su fallecimiento. Y que, lamentablemente, no es uno de sus textos más brillantes ni mucho menos. Obra de senectud o de exceso de autosuficiencia, cae, para un buen lector de Kierkegaard, en lo trivial o francamente erróneo. “Padre del existencialismo”, que, “como aquel otro célebre danés, el príncipe Hamlet, frecuentó la duda y la angustia”, son, para usar una palabra cara a Borges, nociones baladíes [5].
Pero retraigámonos a las primeras menciones del danés por el argentino. Aparecen en 1937 y 1938; Borges anda –y justamente- deslumbrado por el genio de Kafka.
El 6 de agosto de 1937 publica en la revista El hogar una reseña de una traducción inglesa de El proceso de Kafka. Allí acota:
 
La intensidad de Kafka es indiscutible. En Alemania abundan las interpretaciones teológicas de su obra. No son injustas –nos consta que Franz Kafka era devoto de Pascal y de Kierkegaard-, pero tampoco son necesarias.[6]
 
Al año siguiente prologa para Editorial Losada una antología de cuentos kafkianos, de los que en parte es también traductor. Allí repite casi textualmente:
 
En Alemania y fuera de Alemania, se han esbozado interpretaciones teológicas de sus obras. No son arbitrarias –sabemos que Kafka era devoto de Pascal y de Kierkegaard. Pero tampoco son muy útiles. El pleno goce de las obras de Kafka –como de tantas otras-, puede anteceder a toda interpretación, y no depende de ellas.[7]
 
En realidad, ya el propio Max Brod, albacea de Kafka, había iniciado estas interpretaciones a veces excesivas. Por ejemplo, el castillo inaccesible de la novela homónima, o la sinrazón del proceso de Josef K., eran vistos como trasuntos de la arbitrariedad de la Gracia divina, supuestamente tomada por Kafka de su lectura de Kierkegaard. Pero en Kierkegaard la Gracia es cualquier cosa menos arbitraria; arbitraria puede serlo en la ortodoxia calvinista o en el último Lutero, el de De servo arbitrio. Más bien, el propio Kafka había reconocido otro tipo de ligazón. Como apunta en sus Diarios íntimos, entrada correspondiente al 21 de agosto de 1913, “pese a las diferencias esenciales entre ambos, su caso es, como suponía, muy parecido al mío, Kierkegaard está al menos en el mismo lado del mundo que yo. Me confirma, como un amigo”.
[8]
Pero volvamos a Borges. Vimos, entonces, que a fines de los ’30, éste no consideraba esencial a Kierkegaard para entender o disfrutar a Kafka. ¿Había leído a Kierkegaard ya, o algún estudio importante sobre el mismo? Lo ignoramos. En español la bibliografía era casi nula, salvo algún comentario original de Unamuno –autor que Borges admiraba-, o de Ortega y Gasset –autor que Borges detestaba cordialmente. Y, cuando comenzaran a aparecer traducciones, serían pésimas, y vía lenguas intermedias como el inglés o el francés. En cambio, abundaba en inglés y alemán, lenguas que Borges leía a la perfección. Ya vimos que 1946 es un año especialmente kierkegaardeano para Borges: entonces lee al menos tres de los cuatro libros de o sobre Kierkegaard que hoy atesora la Biblioteca Nacional, y toma notas. Como dijimos, nos detendremos solo en dos de ellas.
En la hoja de respeto del estudio mayor de Lowrie sobre Kierkegaard, Borges apunta, entre otras notas, estas que traduzco: “parábola del Banco de Inglaterra – [tachadura] 558” y “parábola de la expedición al Polo Norte – 546”. Las cifras, por supuesto, remiten a las páginas del propio libro de Lowrie. Lo que esas páginas dicen, lo pueden hallar in extenso en el libro de Rosato y Álvarez. Más interesante aún… lo podemos ver en uno de los ensayos capitales de Borges, lo que demuestra, una vez más, la importancia de estas anotaciones como fichero de trabajo, borradores, pre-textos.
El 19 de agosto de 1951, es decir, casi unos quince años después de desestimar la importancia de conocer a Kierkegaard para leer a Kafka, pero apenas unos cinco después de leer al menos tres de los cuatro textos de/o sobre Kierkegaard que atesora la Biblioteca Nacional, Borges publica en el diario La Nación su célebre ensayo Kafka y sus precursores”, que al año siguiente recogerá en su libro Otras inquisiciones, y que hoy podemos leer en el volumen II de sus Obras completas.
[9] Allí postula su teoría de que todo gran escritor no solo es influido por otros escritores, sino que “inventa” a esos precursores, e incluso los modifica, en un juego temporal muy grato a Borges. Un escritor muy anterior a Kafka puede ser “kafkiano” avant la lettre: Kafka interviene en la forma en que leemos o releemos a sus antecesores, cambiando nuestra percepción de los mismos. Hasta un griego clásico como Zenón de Elea acentúa ciertos rasgos, cierta “idiosincrasia”, gracias a ser influido por su discípulo Kafka…
 
Pues bien, entre esos precursores de Kafka se halla Kierkegaard. Cito textual:
 
La afinidad mental de ambos escritores es cosa de nadie ignorada; lo que no se ha destacado aún, que yo sepa, es el hecho de que Kierkegaard, como Kafka, abundó en parábolas religiosas de tema contemporáneo y burgués [el subrayado es mío]. Lowrie, en su Kierkegaard (Oxford University Press, 1938), transcribe dos. Una es la historia de un falsificador que revisa, vigilado incesantemente, los billetes del Banco de Inglaterra; Dios, de igual modo, desconfiaría de Kierkegaard y le habría encomendado una misión, justamente por saberlo avezado al mal. El sujeto de otra son las expediciones al polo Norte. Los párrocos daneses habrían declarado desde los púlpitos que participar en tales expediciones conviene a la salud eterna del alma. Habrían admitido, sin embargo, que llegar al polo es difícil y tal vez imposible y que no todos pueden acometer la aventura. Finalmente, anunciarían que cualquier viaje –de Dinamarca a Londres, digamos, en el vapor de la carrera–, o un paseo dominical en coche de plaza, son, bien mirados, verdaderas expediciones al polo Norte.
 
Entendemos ahora esas crípticas notas tomadas en 1946, procesadas para demostrar la capacidad de Kierkegaard de crear parábolas burguesas y de tema actual –no mítico o legendario- al modo en que lo hará Kafka décadas después. Y podemos agregar: parábolas que pueden incluir un elemento asfixiante, forense, burocrático –el falsificador condenado a contar billetes por la eternidad-; o de desencanto y absurdo –el viaje al polo que termina en dar vuelta a una plaza: elementos típicos de la literatura de Kafka. Las parábolas de Kierkegaard nos parecen kafkianas a la luz de una lectura de Kafka. Éste no solo es un escritor en cierto modo kierkegaardeano, sino que Kierkegaard es también… un escritor kafkiano. Nosotros podríamos ir más allá: Kafka y Kierkegaard son escritores borgianos, y Borges, un escritor kafkiano y kierkegaardeano.
Como queda dicho, hay muchas anotaciones más para explorar, quizás no todas con pistas tan sencillas y directas como las que hemos comentado. Sin duda pueden, para los borgianos, enriquecer el estudio de la genética de sus textos. Y para los kierkegaardeanos, ayudarlos a disfrutar o renegar con las intuiciones, lucideces y tropelías borgianas. Sólo queremos prevenir contra algunos peligros que vislumbramos en ese futuro e imaginado investigador: el de ser acechado por tigres azules; o amanecer transformado de buenas a primeras en un interesante escarabajo.
 
 
 

Bibliografía

 
Fuentes directas, sitas en la Sala del Tesoro de la Biblioteca Nacional
Kierkegaard, S. (1939), Fear and Trembling: A Dialectical Lyric by Johannes de Silentio. London, New York, Toronto, Oxford University Press. Inventario 11.973; ubicación TES3B052327.
Kierkegaard, S. (1941), Repetition: An Essay in Experimental Psychology. Princeton, Princeton University Press. Inventario 12.725; ubicación TES3B052328.
Lowrie, W. (1938), Kierkegaard. London, New York, Toronto, Oxford University Press. Inventario 12.067; ubicación TES3B052428.
Lowrie, W. (1944), A Short Life of Kierkegaard.  Princeton, New Jersey, Princeton University Press. Inventario 17.360; ubicación TES3B052429.
 
Herramientas de trabajo
Helft, N. (2013), Jorge Luis Borges, Bibliografía e índice. Buenos Aires, Biblioteca Nacional.
Rosato, L.; Álvarez, G. (2017), Borges, libros y lecturas: catálogo de la colección Jorge Luis Borges en la Biblioteca Nacional. Buenos Aires, Biblioteca Nacional. [Las obras correspondientes a nuestro estudio corresponden a las entradas 247 y 248, pp. 218-9; y 278 y 279, pp. 233-6, amén de nuestra deuda con el estudio preliminar.]

 
Otras obras citadas
Borges, J. L. (1997), Obras completas. Buenos Aires, Emecé. 4 v.
Kafka, F. (2015), Diarios. Buenos Aires, Debolsillo.
 

[1] Me sirvo de referencias orales y, sobre todo, del espléndido estudio preliminar de RA, en especial pp. 21-26.
[2] Véanse detalles de las entradas y páginas pertinentes en nuestra Bibliografía.
[3] RA 30-37.
[4] HBI p. 430, s. v. “Kierkegaard”.
[5] OC IV, p. 491.
[6] OC IV, p. 306.
[7] OC IV, p. 98.
[8] KD, p. 306.
[9] OC II, pp. 88-90.

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