ALBERTO ISAAC HERRERA MARTÍNEZ: "Jean-Louis Chrétien o la interpretación amorosa del pensamiento de Kierkegaard para un tiempo de desesperanza"
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México

Introducción: la pregunta sobre el porvenir
La caridad no acaba nunca.
I Corintios 13, 8

El pensamiento de Kierkegaard nos invita a meditar en el porvenir de una manera única: hace que nos preguntemos cuánto amor necesitamos para superar la crisis de los valores espirituales que aquejan el joven siglo.
Como nunca antes tenemos que comprender la relación entre el individuo y su futuro, si estamos preparados espiritualmente para enfrentar el mañana. El amor nos prepara ante la incertidumbre y nos anima a esperar el porvenir porque el amor lo llama y a él se encamina.
Siguiendo la reflexión de Kierkegaard sobre el tiempo, sostenemos que se ha vuelto indispensable cuestionar el culto al presente, a sus ideas destructivas que echan raíces profundas en la sociedad actual. Muchas personas dicen ya no tener esperanza y parece que la humanidad en el siglo XXI ha roto completamente sus vínculos con el prójimo y con Dios.
Ante las afirmaciones fabulosas y vacías que escuchamos en todas partes, es importante mantenernos despiertos, pues son graves las consecuencias que trae consigo la falta de valores espirituales.
Volcar nuestra atención a lo que pasa en el mundo supone esforzarse por descubrir las infinitas expresiones de bondad, de perdón, de amor y de confianza de las que somos capaces, con mayor urgencia ahora que experimentamos un cambio de época, ahí donde la vida espiritual no parece tener cabida.
Para interpretar cómo nos afecta este cambio revisamos la lectura del pensamiento de Kierkegaard sostenida por el filósofo Jean-Louis Chrétien, que ve en él un asomo de esperanza en la salvación del individuo.
Hagamos un preámbulo a la consideración de Chrétien y enunciemos brevemente las características que algunas áreas del conocimiento discuten sobre lo que está pasando en medio de esta realidad incierta.
Primero, a través de las ciencias naturales descubrimos que el tiempo es irreversible, la realidad objetiva se define por la incertidumbre de los acontecimientos, pues ya no podemos anticipar ningún orden. Todo fluye bajo condiciones inesperadas y lo que existe depende de procesos simultáneos de transformación para subsistir.
Segundo, por nuestra conciencia histórica nos descubrimos seres de presente, pero también de pasado y de futuro, atraídos hacia horizontes que prometen, o prometieron, desenmascaramientos. Tras ese andar quedamos vulnerables en medio de la lucha entre la verdad y las apariencias. A pesar de lo incierto, el encuentro con el porvenir es fundamental, en él descubrimos el sentido de ser.
Tercero, de profundo interés para J.-L. Chrétien es el campo teológico, donde la religión interpela al ser humano ante su deseo de salvación. Qué lamentable que la fe, la salvación y la gracia están ausentes en la comunicación cotidiana, y sucede lo mismo entre la religión y su diálogo con otras formas de apertura como el arte o la filosofía.
Cuarto, desde la filosofía. ¿Cuál es el papel de la filosofía ante el porvenir? Con Kierkegaard como interlocutor, Chrétien, cercano también a Michel Henry,  sostiene que la filosofía es una tarea del pensamiento, la filosofía afirma la vida y se funda en ella, más concretamente, se funda en la vida espiritual.

I. La dimensión kierkegaardiana en el pensamiento de Chrétien
El hombre, como ser viviente de desarrollo espiritual, posee el don de amar. Claramente no es de la vida ‘objeto de estudio’ de la que habla el autor. La inquietud acerca de qué sucederá en el futuro no se responde manteniendo en condiciones ideales los rendimientos del sustrato biológico. Para Chrétien, interprete de Kierkegaard, la vida posee un trasfondo espiritual gracias al don que recibe y desde el cual está en la disposición de autoafirmarse. Amar es decir sí a la vida.
Aunado a la donación originaria que representa el compromiso con la autenticidad del ser en dirección a Dios, al elevar la responsabilidad de ser del hombre para con el ser del mundo, está la acción de atravesar por la experiencia íntima de autoafección, en la interioridad de la vida sentirla como libertad, como autocomprensión, compasión y amor incondicionado, mirar en dirección al encuentro y entrega con la verdad de Arriba. Porque podemos mirarla el amor nos hace partícipes de lo que habrá de venir. 
¿Cómo se atraviesa esta experiencia? Desde la visión filosófica y teológica de Chrétien, acercarse al porvenir es posible si logramos que la vida se afirme espiritualmente en todas las cosas, sin imponerse, dejando que ellas se manifiesten tal cual son.
La verdad de Arriba no exige al individuo comprobar la imagen objetiva de la vida. Una conciencia religiosa admira humildemente la belleza y la bondad de aquello que no siendo aún llegará a ser. Las transformaciones profundas de la existencia convierten lo inestable o frágil en cimiento de la fe. A partir de Kierkegaard, Chrétien elabora una filosofía de la vida espiritual, abierta a la esperanza y arraigada en la convicción kierkegaardiana de experimentar la relación con Dios como única forma de salvación real.

II. El cansancio espiritual
El alma que anda en amor, ni casa ni se cansa.
San Juan de la Cruz.

En nuestro tiempo nada cansa más al individuo que el cansancio espiritual. La experiencia de sentirse expuesto en medio de un mundo indiferente lo arroja al silencio, a la soledad y a la búsqueda de lo Alto, camino que emprende con temor, y aunque en algunos momentos su existencia lo desee, no puede negarse a escuchar el llamado de Dios, ni ocultar su anhelo de abrazar el alba, o de celebrar la vida con todo su misterio.
Con gran incertidumbre el mundo contemporáneo empieza a anunciar su cierre, en su base histórica ya no expresa el arraigo al ser y el hombre deja de buscar su relación originaria con la verdad de Arriba.
Quizás estamos ante un comienzo diferente, pero por ahora todo acontece en la inmediatez, la simulación y el exceso de previsión nos obligan a vivir en medio de un vacío de sentido. 
El mayor peligro de la crisis moderna, sostiene Chrétien, consiste en negar la significación metafísica de categorías como lo auténtico, lo verdadero o lo eterno. Estar cansados espiritualmente nos impide reaccionar contra el mal, que convierte cada posibilidad de recogimiento en una acción contra el propio ser del hombre.
La soledad se ha vuelto insoportable e impronunciable, una constante amenaza de confrontación con uno mismo. Ahora que el espacio digital ocupa toda nuestra realidad, la soledad es sospechosa, patológica.
También, el sufrimiento es lo más temido por el alma agotada, tarde o temprano nos toca sufrir la pérdida de lo fundamental. El mal es invasivo, ataca, va directo contra lo humano alterando todas sus posibilidades; la soledad, confrontante y obscena, es temible, cuando corremos para alejarnos de ella caemos en un precipicio directo al sufrimiento emocional y físico.
A pesar del dolor y la angustia que agotan el espíritu a causa del malestar que impera sobre la época presente, de las contradicciones profundas que crecen en el corazón, la Fuente donde brotan las convicciones humanas colma de bendición nuestro agotamiento existencial a través de la palabra última, una luz entre la tiniebla, ahí nuestra humanidad reconquista el entusiasmo inicial y se reviste de amor y de cuidado. ¿Qué es este alumbramiento si no la verdad más interior?
En la interpretación filosófica de J.-L. Chrétien, el pensamiento de Kierkegaard puede mostrarnos la relación amorosa entre finitud y eternidad, además de responder por qué tal amor trasciende al alma cansada, ayudándonos a salir de la noche que cubre la esperanza de encontrarnos con Aquel que devuelve a los corazones la alegría de compartir el vínculo con lo espiritual.


III. La existencia se abre a la finitud: previo al amor el temor
Tenemos que rehacer nuestras expectativas porque ahora vivir está en relación con aspectos que habíamos descuidado, mas cómo rehacernos si estamos varados en medio de la confusión, no podemos vernos a salvo y al mismo tiempo sacrificarnos para que la vida retome su curso. Esto puede parecernos una situación insostenible, pero en el fondo, señala hacia lo trascendente, aún por vivir.
El principal impedimento para escuchar el llamado a lo eterno es la enfermedad mortal que ha encarnado en nuestra cotidianidad, se ha pegado al ser humano como amenaza, como recordatorio o etiqueta en los ojos y es tan fuerte la marca que deja que hace que nos preguntemos ¿qué es lo que más duele de esta enfermedad mortal?
La enfermedad mortal es la desesperación, la falta de fe, de confianza, es pecar contra uno mismo.
La época actual podría extraer una enseñanza esencial de la interpretación kierkegaardiana de la enfermedad, ella es para nosotros un mal que ataca lo más profundo en el ser humano. No podemos pensar el dolor que sentimos como si no hubiera pasado nada de lo que hoy afecta al mundo. Podríamos definir esta experiencia como un nuevo encuentro con la realidad donde el dolor es esencialmente el sentir existencial de asirse al mundo.

IV. La escucha, prueba de amor
Al presenciar la indiferencia a la verdad de lo Alto se vislumbra el fin de una época que ha vacilado en acercarse al fundamento último, encegueciendo la razón e impidiendo que lo humano se salve.
Si no quedara ningún individuo que se afligiera por el desarraigo, lo espiritual desde su Fuente se manifestaría entre las ruinas de esa realidad rota para transformar la historia sin Dios, sin religión, en un tiempo verdadero, donde lo humano se enunciará una vez más a través de la palabra Dios, ni lejana ni distante. Quien no haya sentido la más mínima inquietud por verse a sí mismo como “una nada frente al infinito” no puede ver la dignidad que hay en estar ligado a una última palabra, fiel y revelada, que origina todas las cosas del mundo.
Sin un hombre que llame no hay Dios que responda. Igual de problemática es la dimensión opuesta. Dios es la voz de la salvación, pero al hombre le cuesta escuchar, ya que lo hace con la razón, la cual separa, y no con el corazón que unifica. Necesitamos lo que Chrétien reconoce como una fenomenología de la invocación, de la llamada y la escucha, porque la conciencia religiosa se expresa de un modo propio, poniendo en su súplica la confianza absoluta en que la palabra traerá la salvación de lo humano. De este modo Chrétien explica la hondura religiosa del acto de llamar y escuchar:

¿Qué es entonces escuchar? De una forma general, escuchar es, en primer lugar, guardar silencio, en torno a nosotros y en nosotros, para poder estar atentos a lo que se nos dirige. Pero aquí nada hay a lo que imponer silencio ni nadie que pueda callarse para prestar atención a esa llamada a la que nadie precede. El que la recibe es entregado por ella a sí mismo, creado por ella, en el origen que es constante. Cuando la escuchamos, no estamos preparados para nada; surge en lo repentino del vacío y lo insospechado de la nada donde, de repente, heme aquí, ya venido. Escuchar la llamada es estar ya respondiendo a la llamada. Escucharla es todavía escucharla. No empezamos a oír la llamada que nos hace empezar. Y si esa llamada instantánea únicamente es recibida por nosotros en el tiempo y con el tiempo, si necesitamos de toda nuestra vida, y más que nuestra vida, para oírla plenamente, sin embargo ya la hemos oído siempre, en nuestra respuesta, consistente en estar ahí -respuesta indeclinable.
[1] 

V. La esperanza: cuidar amorosamente la vida
La tarea urgente ante el actual panorama incierto está ligada al cuidado de la vida. Necesitamos vencer el temor a morir y para ello hay que mirar profundamente el sentido del dolor en la vida misma.
Sobrevivir, palabra complicada pero que cada vez se vuelve más real en nuestro horizonte, trasciende el sentido de mantener las condiciones naturales para vivir, porque el ser viviente, la existencia que siente y percibe el mundo, necesita sobrevivir espiritualmente, rescatar el impulso de vivir del oscuro temor que apresa a la vida.
Si lo dicho hasta ahora fuera una cuestión puramente psicológica, la psicología tendría que declararse limitada como sostén del ánimo de vivir. La vida rebasa al ser viviente.
Las noticias y las investigaciones nos acercan a un tipo de sociedad virtual y tanatológica en la que se puede hablar objetivamente de morir. Pero cuando sentimos la vida ahí en el centro de la cotidianidad, nos damos cuenta de que esto no es así. Ahora podemos tener el firme compromiso de motivar la comprensión existencial del sentido de vivir. Sería deseable que por amor, en esta mundo donde reina la enfermedad mortal, alcancemos un horizonte de esperanza, rebosante de cuidado, de un amoroso cuidado a la vida en su sustrato espiritual más profundo.
 
[1] J.-L. Chrétien (1997). La llamada y la respuesta. España, Caparrós, pág. 37.

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